A veces hay que dar un salto de fe

Corría 1999 cuando tomó aquella decisión que sorprendió a varios: había dejado ir un salario -nada despreciable entonces- de $100,000 USD anuales y, junto con él, una prometedora carrera dando mantenimiento a submarinos nucleares y portaaviones.

Pero como si la noticia no fuese suficientemente escandalosa, la cúspide de ésta fue cuando compartió que se había decido por un puesto de coordinador defensivo del equipo de futbol americano de una pequeña universidad al oeste de Massachusetts. Más aún cuando su sueldo sería la precaria cantidad, comparativamente hablando, de $6,000 USD al año. Parecería que había perdido la cordura, pero aquellos que en verdad lo conocían no se sintieron tan sorprendidos del abrupto giro que acababa de dar a su vida.

La decisión, desde mi punto de vista, fue de lo más natural cuando tienes perfectamente claro aquello que te mueve, pero a la vez, de las más castigadas socialmente: había decidido seguir su pasión a tomar un trabajo que, aunque prometía mucho dinero, no le llenaba como aquel por el cual había optado.

Quizá se valdría hacer, según los estándares actuales, una crítica a su decisión; muy probablemente la justificación hubiera sido que cuando se es tan joven es posible tomar las decisiones más alocadas porque hay mucho más tiempo que vida y eso de alguna manera te da “permiso” de recapacitar y enderezar el camino. Pero entonces surgirían otros y más profundos cuestionamientos: era 1996 y se acaba de graduar de una carrera universitaria que le había puesto bajo el brazo un diploma bastante especializado que indicaba un coeficiente intelectual muy por encima del promedio. Seguro fue difícil comprender cómo alguien tan inteligente había dejado ir tal oportunidad.

¿Por qué entonces decidió aventar todo por la borda? Ya había invertido varios años de su vida en prepararse como para dejar ir todo por una balón de americano. Si una decisión de ese tamaño siendo tan joven, sin mayores compromisos y con todo el panorama de la vida por delante, hubiera sido para cualquier persona un trago difícil de pasar, no quisiera imaginar lo que una decisión de ese tipo pudiera implicar para alguien de 40 o 50 años. Impensable, sería quizá el adjetivo que mejor aplicaría para dicha situación.

Sin embargo ¿cuántas veces tomamos decisiones no basándonos en lo que queremos hacer y lograr pero sí aquello que no “podemos tirar a la basura” porque nos ha costado tanto lograrlo? ¿Cuántos sueños hemos sacrificado para justificar que la vida que llevamos y las decisiones que hemos tomado tienen suficiente peso como para dejarlo ir? ¿Cuántas experiencias pasadas se han convertido en un grillete que no nos permitan  optar por algo distinto? ¿Cuándo fue la primera vez que sacrificamos un sueño por un sueldo? ¿Cuántos casos conocemos de personas que desisten de intentar otra cosa por no dejar ir el espejismo de una “jubilación segura”?

Hoy, 23 años después, aquel ingeniero aeroespacial que dejó de lado su prometedora carrera y tomó un trabajo “mediocre” que no le daba ni la décima parte de lo que pudo haber tenido, se ha convertido en head coach de la NFL con los Leones de Detroit. Matt Patricia no dejó ir su sueño, sino que decidió perseguirlo a pesar de todo y de todos.

“Es un garbanzo de a libra”, muchos pudiéramos argumentar buscando restar importancia a su historia. Sí. El factor suerte quizá pudo haber tenido cierto efecto en su vida, pero no más allá del que podría tener en la nuestra. No sé si llegar a ser coach de la NFL estuvo en sus planes desde un inicio, pero la verdad que sí tengo clara es que jamás lo pudo haber logrado si no hubiera tomado esa decisión, sino hubiera tomado acción.

Nuestra historia es lo que nos tiene aquí, donde hoy estamos. Pero no define lo que somos y a dónde podemos llegar. Somos el resultado de las decisiones que hemos tomado y también, en alguna medida, de las circunstancias que hemos vivido. Pero pensar en que no podemos tomar un camino distinto porque eso equivaldría “tirar a la basura” lo que hoy somos es como querer leer el periódico de ayer buscando nuevas, y más emocionantes, noticias. Es como añorar una vida que quizá jamás podamos tener.

Yo también di ese salto de fe… y quizá haberlo hecho a los 40 ha sido la aventura más escalofriante que he vivido. Sin embargo hoy, a varias décadas de distancia, por fin siento que tengo delante de mí muchas hojas en blanco para llenar con  historias y anécdotas que yo elija, y no solo el guión que alguien más había escrito para mi.

*Fotografía tomada del portal de Detroit Free Press

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