Lo que resistes persistes…
No se cuantas veces he escuchado o leído esa frase y, aunque en muchas ocasiones la percibía como una “fracesita” motivadora más, poco a poco he podido ir comprendiendo todo el fondo que guarda.
Conforme uno se va adentrando en esta aventura llamada vida, aprendes, más a la mala que a la buena -sobre todo si eres controlador como yo-, que hay muchísimas cosas que no puedes controlar.
Es curioso como la vida misma a veces pareciera jugarte chueco , dándote un dulce cuando crees que, gracias a tu control, has logrado algo. Este ciclo va fortaleciendo esa creencia de que todo depende de uno e, irónicamente, más presión pone encima para alcanzar la siguiente meta, proyecto o decisión en la vida.
Sin embargo, tarde o temprano aprendes que la vida misma es algo que no puedes controlar. En la vida te toparás con bendiciones y gratas satisfacciones, pero también con algunos tragos amargos y momentos retadores, por decir lo menos.
Y será justo en esos momentos, cuando menos control tienes de la situación, en los que desearás con todas tus fuerzas mover cielo, mar y tierra para lograr aquello que buscas, rechazando lo que sea que haya pasado y renegando, quizá, de tu “suerte”.
Sí. A la vida no se le resiste porque duele.
Resistir es desear, e incluso luchar, buscando que la situación sea diferente. La muerte, la pérdida del trabajo, un fracaso económico, una traición de un ser querido… lo que sea. Darías lo que fuera por eliminar esa experiencia porque duele. Y aunque el dolor es real, el sufrimiento es opcional. Justamente el dolor avivado por esa resistencia es lo que nos causa el sufrimiento.
El dolor se procesa mediante el duelo. El sufrimiento es un demonio que solo lo exorcisas cuando así lo decides. Pero como los mismos demonios, entre más resistencia, más miedo, más enojo, más se fortalece.
Con esto no quiero decir que vayamos por la vida como si nada pasara cuando justamente algo desagradable, que no deseamos, o que nos lastima, sucede. No se trata de ignorar o de vendernos historias falsas. La negación es el primer paso sobre el que hay que movernos para reencontrarnos.
Cuando entiendes que muchas de las cosas que pasan no las puedes controlar, es cuando la aceptación empieza a tener un atisbo en el horizonte. Y es cuando la resistencia se va… el dolor lo procesas y el sufrimiento deja de mostrarse.
Aceptar no significa tirar la toalla. No implica que te guste, que lo hayas escogido o que lo quieras. Aceptar es hacer las pases con donde estás, en la situación en la que te encuentras y buscar algo que puedas aprovechar de la experiencia.
Cuando nos resistimos, no vemos las oportunidades que se esconden detrás de aquello a lo que etiquetamos como triste, desafortunado o malo. Resistir desgasta porque nos lleva a poner la atención, y por tanto la energía, en aquello que no queremos. De aquí que lo que resistes, persiste… simplemente porque no puedes dejar de verlo, sentirlo y pensarlo.
Ahora bien, aceptar no quiere decir quedarte en la inacción, sino justamente lo contrario: es hacer lo que puedas que esté en ti hacer… dejando de querer controlar lo que no está en tus manos.
Finalmente la aceptación es una decisión: la opción totalmente personal de dejar de sufrir, de entender que lo que pasó no estuvo en ti controlar y que, a pesar de todo, siempre habrá algo bueno que puedas aprender.
Así que tu dices, si resistes, persiste… hasta que te hartes de estar harto.