Han sido semanas retadoras, pero lejos de serlo con alguna persona o con alguna situación, el reto ha sido conmigo mismo. Esos son lo más difíciles sin duda.
Y hoy quiero contarte una anécdota que me pasó recientemente y sobre cómo la vida, mediante sincronicidades, te guía para que vayas aprendiendo, creciendo y soltando, aunque en el momento no quieras soltar el papel de víctima que tanto nos gusta interpretar.
Resulta que hace unas semanas mi esposa (y manager) y yo hicimos una compra. Lo pensamos, lo analizamos, pusimos mucha atención a cómo las cosas se iban desenvolviendo y “leímos” las señales que íbamos encontrando. Dimos el sí y aquí comenzó la aventura, la cual abordaré desde mi perspectiva porque sé que ella lo digirió bajo su propio cristal.
En lo general la experiencia fue buena y estoy satisfecho con la decisión tomada. Sin embargo, durante el proceso, el vendedor se comprometió a ciertas cosas que, oh sorpresa, luego se retractó.
Enojo, emperramiento masivo justificado, frustración, decepción… y, poco a poco, de vuelta al balance (…creo, aunque a veces la modalidad emperramiento quiere regresar). Estaba muy enojado. Sentí como si la otra persona quisiera tomar ventaja de mí. Sentí que perdía el control porque no tenía absolutamente nada de palanca en el asunto. Estaba solo “a la buena de Dios” esperando a que la persona recapacitara. Traté de explicarle lo más claro posible mi posición. No buscaba tomar ventaja sino solo exigir lo que consideraba como justo. Nada funcionó. Con la mano en la cintura me mando al diablo y mi ego resintió el daño.
Reacción total.
Y no era tanto lo que representaba esa palabra no cumplida. Era el hecho. Era sentirme vulnerable, sin control. Era saber que a la vida, a través de esa persona, se le había ocurrido ponerme en esta situación. Víctima total. En el fondo racionalmente entendía que tomar ese disfraz de víctima no me llevaría a ningún lado… pero por otro lado, el ego herido no paraba de gritarme con todas sus fuerzas: “Ves!, te lo advertí. ¿Para qué confiaste? En esta vida no puedes confiar en nadie. Les das la mano y agarran el pie. Ojalá que la vida se lo cobre 100 veces. Ándale, síguele con tu ‘fluidita’ en la vida, para que aprendas!”… y creo que así siguió por un buen rato (en realidad el monólogo era más intenso pero no apto para este blog, pero bueno). No cabe duda que para autoflagelarnos los humanos somos referencia.
En esa posición de víctima asumí que esa persona era la fuente de mi enojo. Lo que había hecho (o mejor dicho, lo que NO había hecho) era la causa de mi malestar, pero especialmente de sentirme menos, achicado, aventajado. Y creía estar en total potestad de sentirme así. Era mi justificación. Verdaderamente por un buen rato sentí tener la razón. En ese enojo y despotricando contra la vida y contra esa persona me sentía validado. Reivindicado… hasta que me topé con algo que me hizo reflexionar.
Si tomas una naranja y la exprimes, ¿qué le sale? ¡Jugo de naranja! Exacto. No hay manera de que pueda salir otra cosa.
Pero, ¿te has preguntado por qué?
Bueno, la respuesta es muy sencilla: eso es lo que la naranja tiene dentro.
A la naranja no puedes sacarle otra cosa porque eso es lo único que tiene dentro. No importa si la exprimes con cariño, si la azotas o le dejas caer un yunque encima. Siempre saldrá de ella lo mismo. Y la vida y sus devenires tomará la forma de una dulce mano o un pesado yunque para sacar lo mejor de ti.
Eso me llevó a pensar que como humanos somos exactamente igual. Cuando reaccionamos con enojo, frustración, miedo, defensa o como tú gustes, ni la situación ni la persona está generando eso en ti. Ellos solo son los conductos para que tú saques lo que traes dentro. Esta persona fue en su momento un yunque para mi porque removió cosas en las que sigo trabajando. Pero su papel no fue más que evidenciarme a mi mismo lo que por semanas había estado acumulando dentro.
La frustración y el enojo, la decepción y la frustración, no fue algo que se creó en la situación o que la persona creó en mi. Fue el resultado de mi estado emocional y energético interior. Era el jugo podrido que traía y que en su momento buscó la grieta más pequeña para por ahí desbordarse. No hacía falta que lo gritara a los cuatro vientos. Simplemente con el diálogo tóxico interno que traía era mas que suficiente.
Ahora que lo pienso en retrospectiva, la aceptación comienza a hacer su aparición. No es fácil y el ego no ayuda mucho que digamos, pero es la verdad. El caso sirvió para mostrarme, en un espejo en el que pude proyectarme, lo que tengo que seguir trabajando dentro.
La próxima vez que pienses (y sientas) que tu pareja, el jefe, tu trabajo, tus compañeros, los hijos, el tránsito, el gobierno, el SAT o incluso el perro te están haciendo enojar y causar que se ganen la reacción que estas teniendo, para por un segundo, toma un respiro profundo y pregúntate ¿qué tal está el jugo de naranja que traes dentro?
Quizá pensar en la respuesta pueda hacer que replantees tu posición y quizá tu día (e incluso tu vida en ciertos momentos) tome un camino distinto
Pax 🤟🏽