El juego estaba apretado y se volvía más intenso. Yo, como papá desde las gradas, trataba de anticipar todos los movimientos y todos los marcajes de los árbitros, que a mi juicio, parecerían estar favoreciendo al otro equipo.
Frustración. Al calor del juego las emociones se sienten de una manera más intensa.
Los jugadores del otro equipo comenzaron a aplicar tácticas un poco “rudas”, a mi parecer, para un juego de criaturas de esa edad.
Quizá eran las mismas emociones del juego.
En las gradas todo parecía como si los árbitros estuvieran comprados, como si el coach del otro equipo buscara cualquier artimaña poco deportiva para romper el ritmo cuando nuestro equipo cuando comenzaba a agarrar ritmo.
Y de repente comencé a ver las cosas con una perspectiva distinta.
Por un lado nos observaba, a los demás papás y a mi, reaccionando ante las “injusticias” o “malas jugadas” que ponían a nuestro equipo en desventaja. “Marrulleros”, escuchaba a mi mente gritar con todas sus fuerzas.
Y mi criatura con una cara zen. Con una mente enfocada pero sin perder los estribos. Aún al calor del juego, de los marcajes y de los faules. Sin duda disfrutaba su juego. Estaba haciendo lo que le tocaba en su equipo.
Y recordé lo que le digo antes de cada juego:
- Regla número 1. Disfrutar el juego
- Regla número 2. Dar lo mejor de ti
Creo que yo debí apuntarme eso mismo en un post-it para no olvidarlo.
Y eso me llevó a pensar en la vida, que como adultos, nos complicamos cuando sentimos que los demás se están pasando de listos con nosotros, o cuando creemos que la vida no nos quiere dar juego.
Piénsalo.
Quizá tu jefe no es el más justo. Quizá te pega tus “desconocidas” y en algunas ocasiones pareciera que se ensañara contigo.
Igual alguno de tus compañeros de trabajo quiere sacar ventaja, tener todos los reflectores para sí mismo. O en una de esas y piensas que te quiere poner un 4, culparte de algún problema que tengan en la empresa y simplemente lavarse las manos. Sacar ventaja pues.
Y cuestionas. Exiges. Tratas de cobrártelas. Y entre más lo piensas, más lo sientes. Y entre más lo sientes, más energía drenas de tu sistema.
Ser víctima del otro y de la vida.
Algo muy cómodo porque pones en el otro todo tu poder. ¿Y qué obtienes? Conmiserarte contigo mismo y buscar la conmiseración de los demás. “Pobrecito”. “No te dejes”. “Cuídate”. “Pero hay un Dios…”
Quizá lo que no sepas es que tienes una alternativa. Tienes el poder de decidir cómo quieres reaccionar.
Sí. Dirás que es más fácil decirlo que hacerlo. Pero así es.
Al final, esa decisión es lo único que puedes controlar.
Puedes manejar tus fichas de una manera distinta. Quizá no cambies al otro. Quizá no cambies a tu jefe. No tienes la opción de cambiar al árbitro.
Pero si te manejas distinto, si te enfocas en lo que sí puedes gestionar, si enfocas tu atención, tu mente, tus fuerzas y toda tu energía en dar lo mejor de ti, APESAR DE TODO, ganarás la partida sin importar el marcador.
Eso es una demostración de la maestría personal.
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