¿Dónde quedas tú?

Vives de alguna forma una carrera frenética hacia el éxito.

Quieres el carro, la casa, los viajes. Hay que pagar las cuentas de la casa, las colegiaturas. Las vacaciones. Ropa. Las salidas a restaurantes y las fiestas de cumpleaños.

La expectativa es que cada vez tu calidad de vida sea “mejor”. Y eso requiere que sigas subiendo por la escalera corporativa, o que sigas haciendo crecer el negocio o la práctica que tengas.

Y eso de cierta forma está bien.. sino ¿de dónde saldría el crecimiento?

Pero lo cierto es que vives persiguiendo lo que sigue.

Cuando te identificas como el proveedor de tu familia, todos estos temas se vuelven en el motivador (o preocupación) principal que hace que te muevas y que todos los días pongas tu mejor cara y salgas a “perseguir la chuleta”…

… especialmente en los días malos.

Y es que hay que reconocerlo. Detrás de esa cara de dentista, ejecutivo de una firma transnacional, del administrativo de una empresa, del doctor, arquitecto, ingeniero, carpintero o lo que sea, hay una persona que en muchas ocasiones tiene que hacer de “tripas corazón”, manejar de la mejor manera posible los días grises, fajarse y darle.

Y esto no es una invitación a la conmiseración. Simple y llanamente el reconocimiento a lo que haces todos los días para ti y para tu familia.

Pero y en medio de todo esto… ¿dónde quedas tú?

He tenido la oportunidad de coincidir literalmente con cientos y cientos de personas entre seminarios, talleres y mentorías y esto es un factor común que encuentro en ellos.

Ante la pregunta de ¿qué es aquello que te motiva a dar lo mejor de ti, especialmente cuando no tienes el suficiente ánimo?, la respuesta es muy parecida a esta: “Mi familia”.

Y lo entiendo. Pero aquí busco siempre hacer un alto en el camino y plantearles una perspectiva distinta. Sí, la familia, los hijos, son un factor fundamental para enfocarse, trabajar, llevar el pan a la casa y darles una mejor vida que la que tuviste.

Más y mejores oportunidades. Esa es una regla no escrita de la evolución humana. Pero eso también tiene otra palabra que puede hacer referencia a lo mismo: responsabilidad.

No es que la familia sea una carga, o al menos no es lo esperado (aunque tengo clientes que tristemente así lo ven).

Pero imagina que rápidamente han pasado ya 20 años. Tus hijos ya son adultos. Se han formado y han abierto las alas. Y sí, sientes una felicidad y una satisfacción enorme de ver lo que han logrado (en cierta medida gracias a ti) y en lo que se han convertido.

Pero vuelve a casa, te ves al espejo y te preguntas: “¿y yo, ahora que hago?”.

Yo no he llegado a ese punto aún pero imagino que debe ser algo muy interesante de digerir y manejar. Ahora ya nadie “te necesita” de acuerdo a lo que pensabas que era la vida de proveedor. Ya no hay nadie a quien proveer.

Y si ese pensamiento llega a pasar por la mente, indudablemente llegara otro más: “¿qué se supone que debo hacer ahora y cual será la motivación para hacerlo?”

Por eso siempre, en mi forma de trabajar, a mis clientes les digo: primero tú y luego los demás. Sí, se que suena a una posición egoísta, especialmente con quienes amas, pero piensa: ¿cómo puedes llenar una vaso con una jarra vacía?

Cuando tu eres pleno, sin importar lo demás, contagias esa plenitud en los que tienes a tu alrededor. Tu motivación es intrínseca, no depende de nada fuera. Y con esto no digo que ver crecer a tus hijos y proveerles lo necesario para realizarse no sea importante. ¡Claro que lo es! Pero NO es lo más importante.

Muchas veces olvidas que tu también viniste a vivir una vida.

¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste dónde habían quedado tus sueños?

¿Cuándo fue la ultima vez que te diste el tiempo para vivir eso que has deseado por años?

¿Dónde han quedado tus hobbies?

¿Cuándo fue la última vez que aprendiste algo nuevo simplemente por el gusto de hacerlo?

Mas que egoísmo, creo que es un asunto de plenitud sin dejar de lado la responsabilidad.

Cuando tú eres pleno, sin importar lo que pase, enseñas a tus hijos la mejor lección de todas: la felicidad es una elección. No necesitas nada más.

Pero si tomas el camino del sacrificio, el de dejarte al último para que todos los demás estén bien quizá pesar de tu salud, de tu bienestar mental bajo la justificación de “tengo que proveer”, enseñas otra lección muy distinta: yo no importo y por eso siempre estoy al último de todo.

La casa, el carro, las vacaciones, la ropa, las comodidades, incluso las frivolidades son importantes.

Pero, y aquí el gran pero: no puede haber un final feliz para viaje que no disfrutas.

No. La vida no funciona así

¿Y dónde quedas tú?

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