El poder de la incongruencia

Santiago es gerente en una empresa que fabrica electrodomésticos. Después de varios años de intentar crecer en su organización, finalmente le habían dado la oportunidad.

Comenzó con toda la energía del mundo pero en su afán por controlar los resultados de su equipo, comenzó a convertirse en un jefe inflexible, poco tolerante y completamente desconectado de las personas.

Sus colaboradores comenzaron a rebelarse de manera silenciosa llegando tarde a las juntas, haciendo caso omiso a sus cambios de prioridades y debatiendo cada instrucción que les daba. Él, sin embargo, se jactaba de ser un buen líder y constantemente aleccionaba a sus muchachos con ideas relacionadas con el compromiso, el esfuerzo, el sacrificio y las habilidades blandas que esperaba todos tuvieran para “crecer juntos”. Exigía colaboración pero solo sabía imponerse sin escuchar a los demás.

Julián es padre de 2 hijas adolescentes. Últimamente había tenido varios altercados con la mayor de ellas pues, en sus palabras, “su hija se rebela ante cualquier autoridad”.

Cada vez le era más complicado mantener una comunicación constructiva con ella y cualquier intento por platicar terminaba en una discusión que rápidamente escalaba. María, su esposa, estaba ya cansada de esa dinámica.

El, en su frustración, se descargaba contra su mujer, culpándola de lo malcriada que se había hecho su hija. Harto y cansado de todo, buscaba cualquier pretexto para desconectarse, irse con sus amigos a tomar unas cervezas o incluso quedarse hasta tarde en la oficina “avanzándole” a los pendientes. No quería, o sabía cómo, enfrentar ese conflicto que lo desgastaba y llenaba cada vez más de tristeza. Exigía comunicación pero salía corriendo

Son historias algo extremas, pero desafortunadamente muy comunes.

¿Qué ocasionaría que los colaboradores de Santiago estuvieran tan desconectados de él? ¿O que la hija de Julián fuera una “rebelde sin causa” y que quien pagara todas las culpas fuera su esposa? Situaciones en donde todos están hartos de todos y lo único que queda es “manejar” las cosas y sobrevivir el día.

La falta de congruencia.

En una empresa la gente pude renunciar por muchas causas, pero en lo general mi experiencia me dice que la gente renuncia a un mal jefe.

Y en casa es lo mismo. La desconexión se da por esa falta de congruencia que los demás perciben de uno.

La congruencia es la alienación entre lo que pienso (de lo que generalmente nadie se entera), lo que digo y lo que hago.

Cuando se empuja a un equipo a la colaboración en tiempo de crisis, a sacrificar un poco de tiempo personal para sortear la situación pero en lugar de ver a un jefe que se involucra y “rema junto con ellos”  ve a uno lejano, autoritario, que no escucha ideas y que solo sabe imponerse, la gente percibe esa falta de congruencia entre lo que esperan de su jefe y lo que realmente están viviendo.

Y, de nuevo, lo mismo en la casa. Sino pregúntate: ¿cuándo fue la última vez que le dijiste a tus hijos que no usaran los celulares en la mesa pero tu eres el primero en contestar mensajes porque “son del trabajo”? Y esto no es un llamado a la rebelión laboral, pero sí al respeto de la ideas que queremos infundir en los demás.

Cuando el líder, o el padre, no es congruente en su forma de conducirse en cada experiencia que vive con sus colaboradores, o su familia, la única alternativa que le queda es imponerse. Y cuando alguien se impone, todos pierden.

 

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