Quizá estás cansado de tu viejo iPhone 6 que además de que la batería le dura un suspiro, tienes que estar cerrando apps constantemente para que no se “congele”. O quizá quieres cambiar tu Jetta gris plata 2001 (yo siempre quise uno) por un auto más cómodo, con más tecnología y simplemente más nuevo. O la ropa, el club deportivo privado, la tele de 200 pulgadas o cualquier otro gadget. Y eso está bien.
O puede ser que tengas el iPhone50, el Ferrari y muchas de las cosas que siempre quisiste… pero ahora esa idea del jet privado, el condominio en la Riviera Maya y pasar una temporada en los alpes suizos no dejan de rondarte la cabeza. Y eso también está bien.
¿Cómo hacerle? Pues generando más dinero ¿no? Porque todo eso necesita dinero y en este mundo capitalista la única ecuación que conocemos es tiempo+esfuerzo=dinero… y justo así muchas veces nos compramos un boleto a la carrera de ratas, como generalmente se le conoce, a estar como ellas trepadas en un rondel dando vueltas sin parar mientras estamos vivos. Y acumular y acumular.
Y no, no soy anticapitalista ni estoy en contra de la generación de riqueza. ¡Al contrario! También quiero el dinero (y vaya que aceptar esa idea me costó bastante porque chocaba con muchas creencias que por alguna razón fueron a dar al fondo de mi cabeza, pero bueno, esa será otra historia).
El problema no son los juguetes. El verdadero problema es pensar que la felicidad está en los juguetes. Y lo planteo como un problema porque es justo en este momento cuando el dinero deja de ser un vehículo para la experiencia y se convierte en el objetivo de vida (al plazo que gustes). De alguna manera se vuelve una combinación de preocupación-obsesión y aquí comienza una de las tantas avenidas para el stress que hoy todos, en mayor o menor medida, sentimos.
En mi libro Si lo hubiera sabido antes, comento la historia de Tom Shadyac (que descubrió y catapultó a la fama a Jim Carey) a quien después de dirigir esas famosas películas, el dinero comenzó a llegarle a costalazos… y nadie aguanta ese tipo de costalazos. ¿Qué hizo? Lo que muy seguramente tú y yo habríamos hecho desde una plataforma totalmente inconsciente: irnos de compras. Y así la mansión por aquí, otra más grande por allá y ¿por qué no? otra más por allá. El jet privado, las fiestas interminables… con gente que en ocasiones ni conocía. Y todo iba bien hasta que se dio cuenta que tenía todo y se sentía igual de vacío.
Se podría pensar que el dinero lo “echó a perder” pero en realidad el dinero ni es bueno ni malo. Solo importa lo que decidimos sentir respecto a él. Y de nuevo, no busco ser romántico con todo esto porque al final todos necesitamos dinero. Punto.
¿El dinero te da la felicidad? Si le preguntas eso a una persona que no tiene para comer y el dinero le representa un plato caliente de comida en la mesa, o está presionado porque debe las colegiaturas de sus hijos, o pagar las cuentas, o salir de vacaciones a la playa más cercana porque tiene 4 años que no lleva a sus hijos al mar y luego al crecer tan rápido serán momentos que quizá ya no recupere jamás (y aquí podemos meter cualquier historia que nos contemos, y que no quiere decir que no sea real para nosotros), ¡por supuesto que el dinero le va a traer felicidad!
Aunque creo conveniente insertar aquí una pequeña nota aclaratoria: mas que felicidad, nos trae bienestar. Y eso lo explica Mario Alonso Puig de una forma magistral: el bienestar tiene que ver con el HACER y el TENER (externos) mientras que la felicidad está relacionada con el SER (interno).
Pero para no perderme, el punto esta claro: en esos casos el dinero vaya que marca una diferencia en tu bienestar y estado emocional. Sin duda.
Pero ahora imagina que tienes tu casa, dos carros, vacaciones una vez al año, capacidad para pagarte diversión y entretenimiento. Quizá hasta compras pollo del orgánico, o ese rico rib eye que pareciera que lo sacaron de un unicornio, vegetales que fueron regadas con agua de los Alpes y cosas por el estilo. En otras palabras realmente puedes decir que no te falta nada. Imagina que todo eso lo puedes pagar con X cantidad de ingreso. Ahora imagina que te dan un incremento (o si es tu negocio, generas mas utilidades) por un 30%. ¿Te hará eso más feliz? ¿Cuánto? Si tu nivel de bienestar está en su máximo, quizá no genere una diferencia palpable en tu estado emocional sostenido en el tiempo.
El problema viene cuando te “acostumbras” a ese nivel de vida y ahora quieres más. Y entonces es donde se aparecen el jet privado, el club hípico en Europa y todo aquello que los demás impresionantemente ricos hacen y tienen. Si eso te mueve, entonces habrás puesto en la mira el conseguirlos. Más tiempo y más esfuerzo y quizá la ecuación te resulte en más dinero. ¿Estaría mal quererlo? Más que esa pregunta yo indagaría ¿para qué lo quiero?
Según varios estudios, cuando una persona cae en esa dinámica de siempre estarse comparando con los demás, entre más tiene, entre más gana, el diferencial que percibe entre lo que tiene y lo que sigue en el siguiente nivel es tan abrumador que cae en una presión financiera extrema por mantenerse donde está y lograr eso nuevo que quiere y ahora, irónicamente, el bienestar comienza a caer. Especialmente el estado emocional.
Ahora, también existe el otro lado de la moneda: gente extremadamente rica que no ha perdido el piso. Saben que el dinero solo es un medio, no lo satanizan, pero tampoco lo endiosan, y eso representa una libertad emocional que mantienen sin ataduras a su cuenta bancaria.
El problema no son los juguetes. El problema es pensar que la felicidad vendrá con los juguetes.
El dinero es quizá lo que persigues pero, sin temor a equivocarme, no es lo que quieres y buscas. Lo que realmente quieres es sentirte libre. Libre para poder elegir qué hacer, cómo hacerlo, dónde y con quién. Esa sensación de libertad es lo que estás buscando, y sí, el dinero es un vehículo para poder experimentarlo. Pero jamás podrá darte la felicidad que buscas simplemente porque estás buscándola en el lugar incorrecto.
El dinero no compra la felicidad, pero sí el bienestar. La felicidad, al ser un estado emocional, no hay forma de poderla alcanzar con nada salvo con una decisión.
Yo también quiero mis juguetes, pero ahora los contemplo desde una perspectiva distinta.
¿Y a ti que te mueve?