En lo pequeño descubrimos cómo somos

La semana pasada, mientras esperaba a que mi carro estuviera listo en el autolavado, me puse a observar a los muchachos haciendo su trabajo: mientras uno lo secaba, el otro sacaba los tapetes para aspirarlos… y de pasada toda la basura que traía dentro. No pude evitar sentir algo de pena y desvié la mirada hacia otro lado.

Luego me di cuenta de toda la basura que tenían en el piso y la primera idea que me vino a la mente era juzgarlos por tener el área tan sucia… hasta que me cayó el 20. Sí, ellos podrían haber puesto la basura en algún bote en lugar de simplemente sacarla del carro y tirarla al piso… pero justamente eso mismo pude haber hecho yo y todos los clientes que cooperábamos con nuestro chiquero. La basura no la habían generado ellos, la traíamos nosotros, los clientes, al llevar los carros a lavar.

Y eso me remontó a un momento reciente cuando nos preparábamos para salir en familia. Yo ya estaba afuera en el carro esperando a que salieran mis hijas y mi esposa. Cabe decir que mi carro ya estaba muy sucio pues llevaba ya algunas semanas que no lo llevaba a lavar… y se comenzaba a notar.

Cuando mis hijas se suben en los asientos traseros, una de ella me dice “papá, traes un cochinero en el carro”. En realidad eran dos o tres papeles y un par de bolsas de botanas, pero basura al fin y al cabo. Y el remate que me recetó la otra criatura estuvo genial: “tu siempre nos andas diciendo que bajemos nuestra basura y ¿por qué tú no lo haces?”. Toma chango tu mecate.

De nuevo en el autolavado, viendo como los muchachos sacaban los papeles y bolsas que había dejado en mi carro, me quedé pensando en lo que mis hijas me habían dicho. Y tenían razón. Nunca me había puesto a pensar en por qué hacía eso.

Pude haber argumentado que había olvidado sacarla cuando llegué a la casa con la justificación de que los había puesto en el piso de los asientos de atrás. “No lo vi” pensé inmediatamente librarme de mi propio juicio.

También pensé “al rato que llegue junto todo en una bolsita y lo tiro”, pero me di cuenta que esa misma idea me había pasado por la cabeza en al menos tres ocasiones. Metido en mis pensamientos trataba de encontrar la verdadera razón por la cual hacía eso, realmente de manera inconsciente, pero al final de cuentas lo seguía haciendo. Si bien es cierto sentí pena cuando comenzaron a sacar todo lo que traía en el carro, me intrigaba más encontrar la verdadera razón… hasta que di con el clavo:

Esas cosas tan sencillas, que no suponen tiempo ni esfuerzo el poderlas hacer, simplemente no las hacemos porque sabemos que alguien más las va a hacer por nosotros. Y como alguien más las hará, ¿para qué me preocupo? ¿Para qué lo hago? ¿Para qué saco la basura si ya lo voy a levar a lavar? El muchacho del autolavado lo acabaría haciendo por mi.

Y de inmediato se me vinieron más episodios a la memoria. Dejar los platos sucios en la noche porque al día siguiente viene la persona que nos ayuda con la limpieza. O en el trabajo en equipo donde uno no hacía mucho porque sabía que al final habría otro que acabaría haciéndolo.

No lo hacemos porque tampoco supone un juicio negativo para nosotros. Muy seguramente el muchacho debió pensar mil cosas de mi y de mi carro, pero como “todos” hacemos lo mismo, no me sentí realmente enjuiciado. Como parte de la chamba de la limpieza de la casa es lavar los platos, pues tampoco pasa nada si dejo sucios los de la noche anterior. Y como tampoco hay un reconocimiento expreso por sí hacerlo, entonces ¿para qué lo hago? ¿Qué me motivaría a hacerlo?

Y esto me llevo a recordar una teoría que hace un par de años leí en alguna página de internet que cuestionaba por qué una persona llevaba o no el carrito del super de regreso a su lugar después de haber cargado las bolsas en su carro. Mientras unos lo llevaban de regreso, otros simplemente lo movían a un lugar que no estorbara y ahí lo dejaban. Total, alguien más vendría por ellos para ponerlos en su lugar.

Es curioso como en lo pequeño podemos darnos cuenta de cómo somos. Si regresas el carrito a su lugar, nadie te va a aplaudir. Y si lo dejas botado al lado de tu carro, nadie te va a reclamar, total, todos lo hacen. Si bien me quedó claro la razón por la que no lo hacemos (sabemos que alguien más acabará haciéndolo por nosotros y no habrá un juicio que nos cause sentirnos mal), ahora me intrigaba la razón por la cual quien lo regresaba sí lo hacía. Y la única conclusión a la que llegué es porque la persona sabe que es lo correcto. No espera reconocimiento y también entiende que si él hizo uso del carrito para su beneficio, lo mínimo que puede hacer es regresarlo a su lugar para que alguien más lo use. 

Creo que es esa sensación de hacer las cosas simplemente porque sabes que es lo correcto por hacer. Es una sensación de autodominio y de consciencia social. Lo haces porque al final la satisfacción de haberlo hecho es lo que hará que te sientas bien contigo mismo. El reconocimiento externo, en todo caso, viene como algo extra.

¿Qué pasaría si todos regresáramos los carritos a su lugar? ¿Qué pasaría si todos pusiéramos la basura en su lugar? ¿Qué pasaría si nadie esperara a que alguien más hiciera lo que a la misma persona le corresponde?

*Fotografía de David Clarke en Unsplash

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