Far from the tree, de Disney

La semana pasada, después de casi dos años (si no es que más) de no ir al cine, finalmente nos fuimos en familia a ver la más nueva película animada: Encanto.

Siendo papá de 2 niñas, la época de vivir en la casa de las princesas, de jugar con los peluches, y de vivir en ese mundo de fantasía, tiene una fecha de caducidad que cada vez veo más cerca. Así que cada oportunidad que tengo de hacer una actividad con ellas que envuelva esa magia hago lo que sea necesario para poderla aprovechar al máximo. Y en esta ocasión Disney me hizo el favor.

Acostumbrado a ver tres millones de veces Frozen, ya iba de alguna manera mentalizado a toparme con una historia como esa pero con toda la actitud de disfrutar las palomitas y, por supuesto, a mis hijas. La apuesta era que nos gustaría tal como Intensamente, Coco, y por supuesto, Soul (una de mis favoritas).

Ya instalado en la butaca que había extrañado por un buen rato, mi sorpresa no fue tanto la película, sino el cortometraje que pusieron antes de ella: Far from the tree, o Lejos del árbol. Pocas veces un corto o una película me ha movido tanto.

Y no, este post no se trata de spoilear el cortometraje, como bien diría mi adolescente. Estas líneas buscan compartir contigo algo que finalmente entendí hace poco y que el director del corto lo puso de manera genial y con una simplicidad absoluta. Creo que por lo menos debes darte la oportunidad de verlo.

El punto es que el corto trajo a mi mente una escena reciente de una de las sesiones de coaching con una de mis clientas, quien se cuestionaba si era una mamá “lo suficientemente buena”. Esa idea le generaba mucha ansiedad pues no sabía si las “reglas” que estaba aplicando con sus hijos serían las más adecuadas, especialmente porque algunas de ellas eran distintas a las que sus padres habían aplicado con ella cuando era niña. Al final, un hijo es como un proyecto en el que ves la respuesta de una acción mucho tiempo después de haberla aplicado. 

La forma en como educamos a nuestros hijos es una especie de laboratorio donde el resultado lo vamos a ver años, lustros y quizá hasta décadas más tarde. Con esto en mente, se entiende natural el que de repente nos entre la duda de si la forma en como estamos educando a nuestros hijos es la más conveniente, sobre todo en esta época donde muchos paradigmas están cambiando y algunos padres nos estamos literalmente “aventando” a educar a nuestros hijos de una manera distinta a la que nuestros padres emplearon con nosotros.

Sin embargo, una idea que me parece genial en todo este mar de ansiedad es comprender que cuando nos toca ser padres, siempre lo somos pensando en lo mejor que podemos hacer la cosas, tomando las decisiones más adecuadas que consideramos en el momento con la información que tenemos en nuestras manos. Nadie (a menos que sea un sociopata) educaría a sus hijos con la idea de fastidiarles la vida.

Y justo, cuando volteamos la mirada hacia nuestros padres, es cuando podemos verlo y entenderlo: ellos lo hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían a la mano en ese momento; con su mejor nivel de consciencia y con la información que tuvieron a la mano. 

Entonces, es en ese momento en el que te das cuenta de que hubo algo que tus padres te dijeron o hicieron que a ti te causó ver la vida como hoy la ves y que quizá hoy ya no te gusta.

Quizá la manera en como te educaron hoy consideras que no fue la más adecuada. Antes los gritos y los chanclazos eran el mecanismo por default que muchos de la generación de nuestros padres conocieron y aplicaron. Hoy muchos de los que ahora somos padres vemos las cosas un tanto distintas.

Al punto al que voy con todo esto, es que al final uno, habiendo sido hijo y ahora siendo padre, tiene siempre la fortuna de decidir cómo ver las cosas. Una alternativa es quejarte de tus padres… quizá hasta tenerles resentimiento por la forma en como te educaron, por los traumas que te causaron.

Otra opción es hacer consciencia de esto, darte cuenta de que ellos lo hicieron lo mejor que pudieron y, que en el fondo, detrás de ese grito, detrás de esa chancla, estaba un amor profundo por ti que solo buscaba protegerte de un mundo para ellos peligroso e incierto. Y al darte cuenta, al hacerte consciente de ello, finalmente integras esa información de tu clan familiar; tomas aquello que te siga sirviendo y dejas ir lo que ya no te funciona, agradeciendo todo, porque al final hicieron lo que creían era lo mejor. Solo que ahora tú DECIDES hacerlo de una manera distinta. ¿Mejor? No lo sabemos… habrá que preguntarle a tus hijos en unas décadas ¿no crees?

Far from the tree me hizo apreciar profundamente las enseñanzas de mis padres, la forma en como me educaron, y los métodos de los cuales muchas veces me quejé. Me hizo sentir un profundo amor por ellos porque se que en el fondo siempre buscaron mi bienestar y mi seguridad. Y así, con el corazón tocado por ese corto, volteé a ver a mis hijas y me quedé pensando que lo que hoy hago es lo que considero lo mejor para ellas y que espero que ellas a su vez, en su momento, puedan hacerse consencientes de ello y decidir la forma en como ahora les tocará vivir su vida.

La película, ya al final, fue como el postre de una comida deliciosa. Y no me queda más que agradecerle a la vida que nos dimos la oportunidad de ir a verla, porque junto con el combo vino una de las sacudidas más emotivas que he tenido en los últimos tiempos.

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