Todos siempre queremos algo. Siempre estamos buscando algo. Y no necesariamente por el hecho de tener o acumular. Proyectos, viajes, herramientas, computadoras, libros… cosas que para algo necesitamos.
Esta historia comenzó en un aeropuerto.
Había llegado a buena hora a mi destino y *casualmente* en esa ocasión volé con una maleta documentada. Siempre trato de viajar solamente con equipaje de mano para evitar las filas, los tiempos de espera… y los daños a las maletas. Pero esta vez el viaje requería eso: una maleta documentada.
Llegué a la banda y pasó justo como lo había pensado pues esperamos más de 10 minutos en lo que las maletas comenzaron a aparecer una a una en la banda de equipaje. Todo mundo se iba retirando como zombie y yo seguía esperando la mía hasta que ésta finalmente apareció, justo para darme cuenta que la habían dañado de una de las asas. Literalmente la arrancaron. Aún hoy sigo sin entender cómo es que la dañaron con un movimiento natural porque no estaba tan pesada. ¿Cómo la iba a arreglar? ¿Se podría arreglar? ¿Cuánto costaría?
Respiré. ¿Qué mas podía hacer? Sí, enojarme. Pero afortunadamente ya me doy cuenta cuando el dragón interior quiere alebrestarse y mejor decidí reaccionar distinto. No sé para que está pasando esto pero *prefiero creer* que por algo será. Tomé mi maleta, le pregunté al guardia dónde podría reclamar el daño y me mandaron al mostrador a hablar con el supervisor.
20 minutos esperando y Don Supervisor de Maletas y Daños no hacía acto de presencia. Volví a preguntar y un alma se apiadó de mí y me pidió que le acompañara a la oficina de esta persona. Conocí las tripas de pasillos y oficinas detrás de los mostradores del aeropuerto, algo que mi niño interior seguro disfrutaba pero que al adulto ya le comenzaba a desesperar. Finalmente llegamos a la oficina y entre olores a hamburguesas, mole y ese aroma inconfundible del tóner de impresora, ahogaba la oficina donde 3 personas trabajan mandando al carajo las recomendaciones de Susana Distancia.
Y apareció Don Supervisor.
– ¿Que pasó don (aunque el Don era él)?, me preguntó, mientras yo lo veía con ojos de “¿por qué no te apareciste en el mostrador hace media hora… ?”. Respiré otra vez.
– “Dañaron la maleta en el trayecto”, le dije mientras le mostraba la asa rota de un lado. “Seguramente la jalonearon y acabaron por romperla”.
Mientras dejaba la whooper con queso de lado, inspeccionó la manija mientras a la vez que yo vigilaba que no la embarrara de cátsup. – “Es que las maletas ya son bien frágiles, además seguro pesaba demasiado”, decía mientras tomaba una carpeta con formatos. No sé por qué mi mente trataba de ver con qué se limpiaría los dedos antes de agarrar los papeles. Volví a respirar.
– “No creo que fuera eso. En todo caso me hubieran dicho que excedía el peso y me lo hubieran cobrado”, trate de defender mi punto. Y es que literalmente había estado en el límite del peso permitido para documentar. Curiosamente no me desesperé.
Días atrás comentaba con mi esposa la idea de ir a una conferencia dentro de unos meses y justamente había pensado en esa misma aerolínea para comprar los boletos aprovechando los descuentos del mes de septiembre y así *pagar menos*. Me reí. Ahora tenía una maleta rota, precisamente por gente de esa misma aerolínea. “En fin, ya me quiero ir al hotel”, pensé.
Mi atención volvió a la oficina de Don Supervisor y caí en cuenta que mi argumentación no le pareció o simplemente ya estaba harto, en domingo a las 8 de la noche, alegando con una persona el caso de otra maleta dañada.
– “Mire”, me dijo, “lo que le puedo ofrecer ahorita para que ya se vaya” – que amable, pensé- “son $600 pesos como compensación”.
– “¿Cómo que $600 pesos? No creo que eso alcance para repararla, y ni hablemos de reponerla”. Ahí si la respiración paso a modalidad acelerada.
– “Pues es esa alternativa o la otra es que se pelee con el call center, ah, y le digo de una vez, quien sabe si proceda. Lo van a traer a llamada y llamada y si le pagan algo no creo que sea más de lo que yo le estoy ofreciendo ahora en caliente, así que dígame cómo le quiere hacer”, me dijo, como si el teatrito hubiera sido idea mía.
– “Lo que me estás diciendo es que indistintamente de cualquiera de las dos alternativas que tome ¿lo máximo que me van a compensar son $600 pesos?”, pregunté -“Ajá”, espetó con ese desdén de quien te ha explicado un problema de matemáticas 300 veces y apenas le acabas de entender, “porque esas maletas están bien frágiles y…” bla, bla, bla… y ahí me perdió.
Me tomé unos minutos para pensar. Una alternativa era exigir, demandar, gritar… ¿y qué iba a ganar? En una de esas y peligro y me aventara la whooper con queso en la cara. ¿Hablar al call center? No, no tengo ni tiempo ni ganas de estar peleando con una maquina contestadora suplicándole me ponga a un humano en la línea. “Dame entonces el voucher”, dije ya completamente relajado. *Seguía sin entender para qué estaba pasando por esa experiencia* pero ¿ya qué?, ya estaba ahí con mi maleta rota.
De camino al hotel, ya en el taxi, comencé a pensar cómo le haría para arreglarla. Unas tuercas, unas rondanas y algo de cemento plástico. Quedaría funcional pero se va a ver bien fea. Seguí inmerso en mi mente de ingeniero y dejé el tema por la paz. Esa noche, como a las 2am, *algo* me despertó y *una idea vino a mi mente de forma directa y super clara*. Jamás me había pasado. “Amazon debe vender repuestos. ¡Claro! Si hay un departamento creado especialmente para Don Supervisor para atender todas las maletas que dañan, claro que deben de vender eso”. Le di las gracias a mi *intuición* y me volví a dormir.
Al día siguiente revisé en la página de Amazon y ¡sorpresa!, *por supuesto que venden las asas*. Miles. De todo tamaño, tipo, modelo y marca. Y *encontré de inmediato* la de mi maleta, y lo más genial del caso: *costaba $300 pesos*.
Me ataque de la risa. *Gracias Gran Jefe por la demostración de cómo funciona esto*, pensé.
No cabe duda que la abundancia puede llegar de mil formas, de los lugares menos esperados, claro, si le damos oportunidad a que la *materialización cuaje de la forma más eficiente pero también de la manera en que le permitamos a la vida que nos sorprenda*.
Por lo pronto yo ya quedé con la vida que cuando me quiera sorprender y darme cosas, lo haga sin la necesidad de aventarme caminos como el que me llevó con Don Supervisor.
Muchos dirán que fueron casos circunstanciales, coincidencias pues. Sí, puede ser, pero yo prefiero verlo como una *anécdota de manifestación*. Y esos $300 pesos de ganancia de la experiencia, cortesía del universo sin duda, serán para utilizarlos al comprar los boletos e ir junto con mi mujer a esa conferencia que tanto ansiamos.
Pax 🤟🏽
Note: Los textos entre asteriscos fueron los momentos clave que después me hicieron caer en cuenta cómo fue que esta anécdota materializó mi deseo de pagar menos por los boletos de avión.