Me cuesta mucho decidir

Hay una encrucijada en tu trabajo y tú, como líder de tu área, tienes que tomar una decisión. 

No tienes mucha información y una mala decisión traerá sin duda efectos colaterales. Tu gente espera a que decidas. Tus jefes también.

Boca seca, sudoración. Músculos tensos. Quizá hasta un poco de dolor de estómago.

Quisieras tener más datos para poder anticipar los escenarios. No quieres equivocarte y ponerte bajo la lámpara de los dioses. El tiempo apremia… después de todo, ¿eso exige tu puesto no?

¿Te has topado con situaciones de este tipo?

En el trabajo, en casa, en tu vida personal. La toma de decisiones es algo muy ligado a nuestro día a día…

… ¿pero tiene que ser a veces tan difícil?

Veamos… ¿por qué tendría que ser difícil? Según mi experiencia al trabajar con mandos gerenciales y directivos, la principal razón por la cual en momentos sentimos aversión a la toma de decisiones es:

  1. El “costo” o efecto colateral que se tendrá que enfrentar al decidir (más allá de si eliges bien o mal), como por ejemplo divorciarte o quedarte en el matrimonio. Renunciar o seguir en el trabajo que no quieres y te tiene muy estresado. Aventarte con el negocio que has estado pensando.
  2. El miedo a equivocarse (y todos los botones emocionales que aprieta eso: exposición, culpa, llamada de atención y en última instancia el señalamiento y rechazo).

Y sin embargo, ahí estás y necesitas seguir tomando decisiones. Entonces ¿qué hacer?

Van algunas recomendaciones:

¿La decisión es trascendental?

Si es algo intrascendente o el efecto de decidir por cualquiera de las opciones es algo limitado en tiempo e impacto, entonces DECIDE LO QUE SEA. Ejemplo: ¿qué comeré hoy? ¿Vemos Barbie u Oppenheimer? 

Pero esto también puede aplicar al trabajo pues puedes aprovechar para delegar esa toma de decisión a alguien de tu equipo. Irás midiendo su aversión a la toma de decisiones, su capacidad analítica y su gestión de la incertidumbre. Sí, aunque sea en cosas pequeñas. Así, al darles juego en la toma de decisiones también vas fortaleciendo la confianza mutua.

Lo que buscas en una situación así es saber como piensa y analiza tu colaborador. Es oro puro para desarrollar tus capacidades de delegación.

Otra forma es utilizar esa decisión como moneda de cambio. Elegir la opción que representa un beneficio para el otro te ayuda a crear puentes de comunicación y confianza. Este tipo de decisiones representa una “perdida” mínima para ti y una “ganancia” mayor para el otro. Aprende a identificar estos escenarios y te darás cuenta que tus relaciones se irán fortaleciendo (y todo lo que viene con ellas).

¿Y si la decisión no es sobre algo intrascendente?

Aquí comienza lo bueno. Hay que tener en cuenta lo siguiente para poder decidir lo mejor y más rápido posible:

a) Limita tus opciones. Parecería que entre más opciones tengas, decidir será más fácil. Sí, pero hasta cierto punto.

¿Te ha pasado que vas a un bufete de comida y son tantísimas las opciones que acabas sirviéndote lo mismo de siempre?

Bueno, aquí pasa igual: llega un punto en que tener tantas opciones es abrumador. Así que limita tus opciones y enfócate en lo que ofrece cada una.

b) No caigas en la parálisis por análisis. Habrá momentos en que no tengas todos los datos y aún así tendrás que tomar una decisión. Sopesa lo que tengas y toma la mejor decisión que puedas. Muchas veces es mejor eso a no decidir.

Aprende a vivir en la incertidumbre.

c) No busques la solución perfecta. No existe.

Las variables en una situación se mueven tan rápido que lo que era la solución perfecta ayer, hoy ya no lo es. Dibuja una línea que limite lo mínimo indispensable que requieras del escenario a tomar y ¡decide!

d) No te castigues a ti mismo. Te equivocarás… y muchas veces.

Y tienes dos opciones: aprender a tomar mejores decisiones o a sumirte en una rumiación sin sentido por haber decidido “mal”.

Aprende de los errores y suelta. 

e) Nadie toma una decisión para hacerlo mal. Este tip es uno de los principales que les doy a mis clientes que sufren con la toma de decisiones: cuando decides algo, siempre lo haces pensando que es lo mejor en ese momento.

Quizá resulte que después te des cuenta que no era así. 

Pero si ves la decisión y el contexto que tenías cuando decidiste y entiendes que fue lo mejor que podías decidir con lo que tenías a la mano, fortalecerás tu auto-confianza.

Sino te será cada vez más difícil decidir y el miedo a equivocarse comenzará a hacer de las suyas.

f) No te ventas espejitos. Tú bien sabes cuando estás buscando torcer las cosas para que soporten lo que quieres creer de la situación.

En otras palabras, nos hacemos tarugos nosotros mismos. Es como cuando quieres dejar de fumar. Sabes que te hace mal y que debes dejarlo pero luego vienen esas ideas de “solo lo hago en fines de semana”, “solo es un par de cigarros un jueves por la tarde”.

Aceptémoslo: solo buscamos justificar la decisión que queremos tomar y queremos pruebas por anticipado.

Se objetivo. Te lo agradecerás cuando te topes con una situación como la del inciso d), créemelo.

g) Escucha a tu intuición. Quizá lo más complejo de lograr.

Tenemos mucho ruido en la mente al punto que hemos perdido la habilidad de escuchar a nuestra intuición. Ésta no nos habla con palabras; se comunica a través de las emociones.

Si aprendes a leer tus emociones y a escuchar a esa voz interna que te habla y que tiene una perspectiva más amplia que tu mente lógica y consciente, llevarás ventaja en la toma de decisiones.

Tomar mejores decisiones es una habilidad que se aprende y curiosamente es uno de los puntos que siempre salen con los participantes de mis seminarios y mentorías.

Pero como cualquier habilidad, es algo que se aprende si se trabaja.

Y para ejemplo un botón: piensa en eso que quieres lograr pero no lo has alcanzado. Quizá estás atorado o no sabes como llegar ahí. Muy probablemente sepas ya qué tienes que hacer para avanzar hacia allá pero salir de esa zona de confort es complicado…

Bien, aquí una tarea para ti: piensa en ello y luego decide ¿qué puedo hacer distinto hoy para lograrlo?

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