Hace unos días sucedió lo que sabíamos que pasaría cuando mi hija comenzó a jugar basquetbol con algunos otros equipos, además de su club: en los roles iniciales tenía dos juegos empalmados.
Cuando le preguntamos cuál de los dos juegos iba a jugar, vino lo que habíamos anticipado: una incomodidad enorme para tomar una decisión.
Pasó momentáneamente por la queja y la negación sobre por qué, habiendo tantas horas y tantos fines de semana, a los “planetas” se les había ocurrido jugarle una mala pasada y empalmarle dos juegos que ella quería jugar.
Luego vino un momento incómodo en el que, abrumada, no sabía qué decidir. La presión interna se veía aumentar en sus ojos mientras yo podía imaginar el sobre-trabajo mental intenso por el que pasaba.
Ante la espera, algo desanimada y con la vista desencajada soltó “No me gusta decidir”.
Y aunque esta historia involucra a una niña, es algo que a lo largo de mi experiencia trabajando con líderes veo frecuentemente: una capacidad limitada para una toma de decisiones.
Y podrás pensar en qué afecta esto. Bien, de entrada, como organizaciones, se vuelven más lentas, a tener más aversión al riesgo, a dejar oportunidades en la mesa e incluso a asumir más costos de los que deberían.
¿Y cómo líderes generalmente qué haces? Sí, justo eso: acabas tomando tú todas las decisiones.
Vamos a dejar de lado por un momento los casos en los que la decisión cae realmente bajo tu responsabilidad y vayamos a las situaciones en donde alguien de tu equipo es quien debería tomarlas y no lo hace.
El problema no es que tú tomes la decisión ante una indefinición de tu colaborador.
Parto del punto de que tú dominas tu área de responsabilidad y que en todo momento eres capaz de tomar las mejores decisiones… (aunque quizá te pase que en ocasiones es mejor buscar a tu jefe y consultar -en el mejor de los casos-, o compartir la responsabilidad de la decisión -en la mayoría de los casos-, ¿o no?)
El verdadero problema es ¿hasta cuándo tendrás que hacerlo?, porque mientras lo hagas, no podrás realmente delegar tanto la toma de decisiones así como las consecuencias de las mismas.
Y mientras no sueltes eso, serás incapaz de liberar tiempo y capacidad mental para tomar nuevos temas, tomar más responsabilidades y decisiones de mayor calibre.
Ahora, vayamos a los por qué’s…
¿Por qué nos cuesta de repente tanto trabajo el tomar una decisión?
Hay muchas razones, que te listaré un poco más adelante, pero debajo de todo ello, en el sustrato mismo de las emociones y las creencias, todo se reduce a una simple pero dura razón: miedo a ser rechazado.
Sí, así como lo lees.
Podemos pensar que nuestras decisiones están guiadas puramente por la lógica y la racionalidad, pero nuestras emociones siempre juegan un papel importante en nuestro proceso de toma de decisiones. -Salma Stockdale
Puedes entenderlo como el juicio que a lo mejor tu jefe hará sobre tu decisión.
Quizá sea su crítica por los elementos y análisis que hiciste al momento de decidir.
O bien, temor a equivocarse, a quedar mal, a quedar en ridículo, a ser el hazme reír del equipo y soportar las críticas y el bullying.
Igual y a quedar expuesto, a que piensen que no tienes lo que se necesita, a que eres un idiota en potencia y, finalmente, a la posibilidad de perder tu trabajo.
Justo por eso me refería a ese sustrato de emociones y creencias… ¿te pasa?
Sé que quizá me dirías que no.
Tú no sientes esas emociones. ¿Cómo podrías creer que estás a una cuadra de ser el hazme reír en tu trabajo?
Lo entiendo. Eso es lo que tu mente consciente te dice… pero el que lleva el volante generalmente es aquel a quién no ves: tu inconsciente.
Y te diré de que se disfraza:
- Parálisis por análisis: no tomarás la decisión hasta que estés completamente seguro. Por eso buscas más información, pides o haces más análisis, quieres regresiones cuadráticas y modelos con suavización exponencial, cotejar más hipótesis… al punto en que acabas justo no decidiendo.
- Perfeccionismo: NO te puedes equivocar. No hay margen para equivocarse y pensar en esa posibilidad te estresa enormemente.
- Eres un “maximizer”: quieres que la decisión que tomes te traiga el mayor beneficio posible. No quieres dejar una sola ficha en la mesa y eso hace que siempre estés buscando como mejorar tu posición y recalibrar la decisión que tienes que tomar. Y la realidad es que jamás quedas satisfecho… ni con la decisión ni con los resultados.
- Esperar la “mejor oportunidad”, aunque quién sabe si llegue… o dicho de otra manera, igual y ya la tienes frente a ti pero no la ves.
- Procrastinación. Esa bonita manía de dejar la decisión para después. ¿Por qué? Bien, relee los puntos del 1 al 4.
El asunto es que pocas veces hacemos una pausa para entender cómo realmente funciona un proceso “mentalmente sano” de toma de decisiones.
Quizá, si le das una pensada a lo siguiente, puedas irte haciendo consciente de qué es aquello que limita o estresa tu toma de decisiones y, justo en esa toma de consciencia, decidas hacer algo distinto.
- Nadie toma una decisión con la idea determinada de equivocarse, de darse un martillazo en el dedo
- Tomas la mejor decisión con la información que tengas en el momento, entendiendo que las circunstancias pueden cambiar y que será necesario desarrolles tu flexibilidad de mente para adaptarte de la mejor manera
- Siempre existirá la posibilidad de equivocarte, y aunque no apuestas a tu propio fracaso, debes entender que te equivocarás. Aquí el desarrollo de tu resiliencia será fundamental para no atorarte en rumiar una y otra vez la pregunta de “¿por qué no esperé a tener mejores datos o a un mejor momento para decidir?”.
- Y aún y si te equivocas, el aprendizaje del proceso será invaluable… claro, solo si lo sabes ver.
- Evalúa el impacto de tu decisión. Si el potencial impacto es menor o no tiene tanta importancia, decide rápido, con lo que tengas a la mano. Despeja tu energía mental y enfócala en aquello que si es trascendental.
- ¿Estás ante una decisión importante y no sabes que hacer? Usa tus valores como brújula. Quizá la decisión no será el escenario perfecto. Quizá tengas que asumir alguna pérdida de algún tipo. Sin embargo, al final, la tranquilidad mental de haber hecho lo correcto será lo que te deje satisfecho.
Al final, a pesar de que mi hija ya había tomado una decisión, la vida le alineó los juegos de una manera en la que pudo participar en ambos torneos.
Y no. No creo que haya sido suerte… pero eso ya será plática para otro café.
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