Por varios días mi hija me trajo asoleado con una lista de ingredientes para hacer un pastel. Había estado planeando hacer un pastel “de capas”, como ella le llamaba. Ya había imaginado todo en su mente desde cómo hacer los dos pasteles y unirlos con una capa de betún entre ellos hasta la decoración que con el mismo betún haría incluyendo algunas moras. Si hay algo que le admiro (y de lo que tengo mucho que aprenderle) es su capacidad de enfoque y tenacidad. Vaya que quisiera eso para mí.
Era un fin de semana de playoffs de la NFL así que acordé con ella que haríamos el pastel el domingo por la mañana, así podríamos acabar antes de que los juegos comenzaran. Soy un apasionado de la cocina pero por algún motivo la repostería y todo lo que tenga que ver con dulce prefiero comérmelo a prepararlo, y por lo tanto, mi nivel de conocimientos y de experiencia para hacer pasteles es muy pero muy limitado. Sin embargo ella tenía un as bajo la manga: había aprendido mil y un trucos viendo las series de Nailed It, Sugar Rush y Chef’s Table. Creo que un diplomado le hubiera venido corto. Consiguió con su abuela las recetas de los betunes y durante la semana nos dimos una escapada al súper para comprar todo lo que ya, previamente, había incluido en una lista hecha por ella misma.
Hasta aquí todo era dulzura, literalmente.
Entonces se llegó el domingo y lo primero que hizo al despertar fue irme a buscar para hacer su pastel. Jamás pensé la lección de liderazgo (y paternidad) que mi hija me daría esa mañana.
Comencé acercándole la batidora y todos los utensilios y moldes que necesitaría. Inicialmente ella me había pedido hacer unos anillos altos de papel encerado para ponerlos alrededor de los moldes. Su intuición le decía que los moldes eran demasiado chaparros y quizá la masa se desbordaría en el horno. Yo le dije que no. Peor aún, cuando preparó la primera caja de la mezcla de pastel, le dije que era muy poquita y que los pasteles saldrían casi como crepas, así que a instruí a preparar una segunda caja. Sin decirme nada, pero pensando todo, lo hizo. Y aquí comenzó mi cadena de errores… y de aprendizajes.
Ella tenía la idea de hacer 2 tipos de betún, uno de vainilla y otro de chocolate. Mi cabeza de ingeniero cuestionaba el para qué hacer tanto betún si al final sobraría y acabaríamos tirándolo a la basura, así que le dije que hiciera uno primero y luego ya veríamos. Vi como sus ojos se llenaron de lagrimas pero no me dijo nada. Solo tomó una pluma y rayoneó una de las recetas de betún que habría escrito. El corazón se me hizo chiquito. Le pregunté que por qué había hecho eso y, en su entendimiento, me dijo: “para quitarme la idea de la cabeza”. Ahí comprendí mi primera lección: si bien el objetivo era el pastel, lo que ella buscaba era la EXPERIENCIA. Su meta no era tanto tener un pastel, sino HACER el pastel. Mil y una escenas de mi vida pasaron rápidamente por mi mente. ¿Cuántas experiencias había sacrificado en mi vida pensando solamente en la meta? Le sugerí que dejáramos el tema de los betunes y nos concentraremos en meter los pasteles al horno.
Por alguna razón mi intuición me llevó a poner ambos moldes sobre una charola y así los metimos al horno que ya había alcanzado la temperatura que la receta indicaba. Habíamos acordado desayunar todos juntos mientras los pasteles se horneaban pues de cualquier forma no podía ponerles el betún hasta que se hubieran enfriado. Había tiempo de sobra.
Mientras desayunamos, yo volteaba constantemente al ver el horno que me quedaba justo de frente. Había dejado la luz interior encendida así que podría ver, segundo a segundo, como el pastel se iba elevando. “¿Por qué no le hiciste caso en poner los malditos aros de papel encerado?” La pregunta comenzó a taladrarme la cabeza. Y pasó justo lo que ella me había anticipado: los dos pasteles se desbordaron del molde, cayendo la masa afortunadamente sobre la charola.
De reojo vi que ella también se había dado cuenta pero había decidido no decirme nada. Sin embargo sus ojos me revelaron toda la frustración que estaba sintiendo porque yo me había metido en su proyecto, le había pedido que cambiara la receta, le dije que los aros de papel encerado no eran necesarios y ahora todo era un caos dentro del horno, tal cual la fotografía de este post.
“Papá, ¿y ahora cómo lo arreglamos?”, me preguntó.
Sí, era un simple pastel, pero yo me sentía fatal.
“Podremos rebanar todo el exceso y al final quedarán dos pasteles que podrás cubrir con el betún y éste tapará todas las imperfecciones… así le hacen en el programa que ves ¿no?”, respondí yo sin darme cuenta que me estaba defendiendo…. ¡de una niña! Fue entonces, justo en ese momento, que decidí no meterme más en su proyecto. Me limitaría a asegurarme que no tuviera problemas con el horno o a moverle la batidora, pero dejaría que ella hiciera sola su receta. Era su experiencia y ya había echado a perder algo de ella.
La historia terminó feliz… y llena de aprendizajes que quizá en ningún curso de la escuela me hubieran enseñado respecto al liderazgo y la gestión de un equipo de trabajo, mucho menos aprender a ser papá. Aquí algunas de ellas:
- Hay que dar espacio para que las personas aprendan. Como líderes (o papás) pensamos que sabemos todo, o por lo menos más que nuestro equipo. Dales oportunidad de que te sorprendan. Mi hija había visto infinidad de recetas y en repostería ella tenía mucho más conocimiento que yo. Además, hay que recordar que los errores al inicio ayudan a aprender. Olvidamos que nosotros mismos justo así aprendimos lo que hoy sabemos.
- Aprender en algunas ocasiones implica que las cosas no salgan como esperas. Y para quienes somos perfeccionistas, esta es una razón para no permitir que alguien más proponga la forma en cómo deben hacerse las cosas. Sin esto, las personas jamás desarrollaran la confianza en sí mismos y sin eso no hay equipo, no hay crecimiento.
- El problema no es el problema, sino lo que haces con el problema. Los pasteles ya se habían desbordado. Lo más fácil hubiera sido tirarlos y volver a comenzar de nuevo, o peor aún, aventar el proyecto por la ventana y terminar de una vez por todas con los pasteles. Pero ella, quizá inconscientemente, se pregunto: ¿qué puedo hacer con esto, así como está, en este momento? Trató de enfocarse en ver cómo se podía arreglar y no en lamentarse porque el cabeza dura de su papá no le había hecho caso.
- La creatividad surge cuando menos lo esperas. Cuando finalmente saco los pasteles y los rebanó para dejarlos listos para ponerles el betún, sobró un mundo de masa ya cocida, entre lo que rebanó y lo que se derramó sobre la charola. En lugar de tirarlo, pensó en hacer cake pops, o paletas de masa de pastel mezcladas con betún. Lo más curioso de todo esto es que al considerar esa posibilidad su disfrute se multiplicó aún más.
- Deja que el barre escoja la escoba, o bien, el que va a hacer los pasteles que siga su receta. Liderar es muy distinto a especificar qué y cómo tiene que ser hecho. Hacer esto mata la creatividad de las personas. Dales espacio y te sorprenderán con lo que pueden hacer y lograr.
- El objetivo es el objetivo, pero nunca olvides la experiencia. Estamos muy orientados a la meta al punto que olvidamos disfrutar el camino para alcanzarlas. Ella en su mente no tenía la idea de preparar un pastel para luego tirarlo a la basura o no comérselo. Al contrario, ella quería ver su pastel terminado para luego compartirlo con todos… pero también en su mente estaba disfrutar y experimentar todo el proceso, especialmente porque era su primer pastel.
- No estorbar es ayudar. Hay que dar guías generales y en este caso, cuando finalmente me cayó el 20, me limité a asegurarme que ella pudiera trabajar en un ambiente seguro. Le dije que si tenía alguna duda me podría preguntar y dejé que lo hiciera A SU MANERA.
- Aprendí de ella que siempre debemos escuchar esa voz interna que nos guía (a pesar de que yo se la acallé de golpe). Su intuición le decía que la masa se desbordaría. De haberle hecho caso, quizá los pasteles hubieran salido perfectos.
- Hay que dar espacio a que la gente exprese lo que siente y lo que piensa. Y si soy yo el que necesita expresarlo, no debo quedarme callado. Eso también mata la creatividad y convierte a las personas en autómatas que acabarán limitándose a hacer solamente lo que se les pide.
- Nunca se deja de aprender. Si nos damos la oportunidad y mantenemos la mente y el corazón abierto, cada experiencia que vivimos tiene una riqueza detrás invaluable. El punto es permitirse verlo, más aún si la experiencia es “mala” o implica un “fracaso”.
Al final el pastel quedó como la siguiente imagen, que por cierto nos supo delicioso y justo como ella lo había imaginado en su mente. Ver su cara, su sentimiento de logro, el haber aprendido a seguir su intuición y hacer escuchar su voz, y yo por mi lado la enorme lección que la experiencia me dio, fueron quizá lo más delicioso de esa receta.
Pero la lección mas valiosa vino de una frase que ella dijo al final y que me llegó profundo: “Hay que saber improvisar y así se te ocurren otras cosas”. Creo que ella ya tiene una buena parte de la receta para ser feliz en esta vida.
¡Ah!, y ella decidió hacer ambas recetas del betún… y sí, apenas fueron suficiente para decorar su pastel.