Procrastinación: Dejar las cosas para después

“Al rato lo hago”. “Mañana comienzo”. “Es que no estaba de ánimo”.
 
Seguramente en alguna ocasión has utilizado alguna de estas justificaciones para posponer aquella actividad que tenías planeada… y peor aún: era importante que la hubieras hecho en su momento, ya sea por la recompensa, por evitar el castigo o simplemente para sentirte bien contigo mismo.
 
La fotografía que acompaña a este post es de una de las paredes del cuarto de mi hija, quien por semanas estuvo planeando la decoración de su cuarto. Había elegido el color de las paredes, el acomodo de su cama y algunos adornos para sus muebles, y entre ellos estaba ese par de cuadros.
 
Por semanas me pidió que hiciera un tiempo en mi día para colgárselos. ¿Mi respuesta? “Claro, el fin de semana los colgamos”. Y los fines de semanas, junto con las semanas mismas, pasaban y cada vez que podía me recordaba lo mismo.
 
Llegó el momento en el que ví en su rostro un dejo de decepción, no tanto porque pudiera o no colgarlos, sino por el hecho de estarle diciendo que lo haría y no cumplir.
 
Me sentí fatal y en un arranque fui por el taladro y coloqué los taquetes y tornillos. En 5 minutos los cuadros estaban colgados. Ella ya no me dijo nada más que gracias, pero yo me dije todo. ¿Cómo era posible que le hubiera quedado mal tantas veces por algo que al final ni siquiera tomo más de unos minutos? El remordimiento llegó. Sí, había decidido, por alguna razón que aún no entiendo, dejar “para después” eso que me había pedido.
 
Esta es la procrastinación: el bello arte de dejar las cosas para después.
 
Y sí, todos hemos pasado por eso en algún momento.
 
La procrastinación comienza con un diálogo interno que, ante la tarea, nos comenzamos a auto-convencer de que será “mejor” posponer las cosas, o peor aún, decidir no hacerlas. Algo más o menos como:
 
  • “Es imposible terminar todo esto… ¿para qué me estreso?
  • “Ya se venció la fecha de entrega… ¿qué caso tiene ya que me apure?”
  • “No tengo ni idea de cómo hacerlo… mejor esperaré a ver quien me puede ayudar”
  • “De plano no ando de humor ahorita… mejor mañana lo hago”
  • “Lo haré todo de jalón una vez que termine estos pendientes”
  • “Tengo tantas por hacer que no tengo idea por donde empezar”
  • “Es que me salió esto urgente, pero en cuanto puedo lo retomo”
 
Y justo ahí, en ese momento, es cuando consciente o inconscientemente decidimos dejar las cosas para después.
 
El problema es que este patrón de comportamiento nos mete en un ciclo negativo que nos arrastra en una espiral que solo añade estrés a la vida diaria.
 
Cuando procrastinamos pasan 4 fases que nos llevan de la felicidad (aparente) al estrés:
 
  1. El momento exacto en el que decidimos posponer las cosas y “patearlas” al futuro. Nuestra mente busca mil y una justificaciones que nos empujen a posponer los pendientes o las actividades y generalmente éstas vienen acompañadas de una idea de que la razón principal para hacerlo reside fuera de nosotros: es culpa de alguien más o de la situación.
  2. Sentimos un alivio. Nos sentimos liberados y hasta pareciera que la vida se aligera. Quizá hasta aceptemos tomar nuevas tareas porque ahora nos sentimos aliviados. Hasta aquí todo bien, ¿no crees?
  3. Llega el invitado incómodo: el remordimiento. Comenzamos a percibir las consecuencias que tendrá el haber procrastinado la tarea o pendiente que teníamos planeado. Ahora la ansiedad comienza a subir de tono y nos entra esa preocupación de saber que “algo” va a pasar si no cumplimos con lo que nos habíamos comprometido.
  4. A correr. Comienza el estrés. Estamos presionados. Buscamos de mil y una maneras cumplir aquello que momentos o días antes decidimos patear hacia “adelante”, a un futuro indefinido.
 
Y el ciclo puede prolongarse porque generalmente lo que sucede es que al estar estresados dejamos de ser productivos y de pensar claramente. Y si a esto le sumamos que quizá las tareas y pendientes se siguen acumulando, lo más probable es que terminaremos por posponer algunas cosas para poder terminar lo que en su momento, cómodamente, decidimos posponer. Y así el ciclo sigue y no creo que sea necesario agregar que el estrés no hace otra cosa mas que complicarnos la existencia.
 
¿Has sentido que la olla de presión está por explotar? Bien, la lucha no está perdida.
 
Algunas técnicas básicas de administración del tiempo pueden ayudarnos y una de ellas es aprender a priorizar: Clasificar las tareas y actividades que tenemos por hacer en función de su importancia y su urgencia (y quizá, mientras “normalizamos” nuestra lista de pendientes, algunas cosas no podremos terminarlas como las habíamos planeado y no quedará más que asumir las consecuencias).
 
La importancia está relacionada con el impacto que tendrá en uno (o en aquello que nos importa) si la tarea no es terminada en tiempo. Y la manera más fácil de determinarla es respondiendo a la siguiente pregunta: ¿estoy dispuesto a aceptar las consecuencias de no terminar esto que tengo pendiente?
 
La urgencia, por otro lado, es el nivel de premura con la que una actividad debe ser terminada. Lo urgente implica dejar todo lo demás y atender esa tarea. Es el incendio que hay que apagar de inmediato.
 
Ahora, la pregunta importante aquí es: ¿qué de lo que tenemos por hacer es importante y urgente? ¿y qué de eso no es ni importante ni urgente?
 
Al poner en perspectiva las tareas pendientes podemos identificar aquellas en las que nos debemos enfocar de inmediato (importantes + urgentes), cuales de ellas podemos programar para después (importantes + no ugentes); aquellas que pueden delegar a alguien más (no importantes + urgentes) y las que de plano hay que borrar de la lista de tareas (no importantes + no urgentes). Esta manera de priorizar se la debemos a Eisenhower.
 
Priorizar sin duda ayudará a definir qué hacer primero y qué hacer después. Las consecuencias, de nuevo, nos ayudarán a ponerle orden a nuestra colapsada lista de tareas.
 
Ahora bien, es importante recalcar que la priorización de poco servirá si al final no existe la disciplina de hacer lo que corresponde en cada momento.
 
La procrastinación se rompe justo en el momento en el que decidimos dejar de postergar y enfocarnos en la siguiente tarea prioritaria que tenemos. Cuando nos hacemos conscientes de ese diálogo interno y “vemos venir” la idea de dejar las cosas para después, es cuando podemos terminar con este desafortunado hábito de comportamiento. Y como todo hábito, requiere de mucho enfoque y consciencia hasta que de manera automática hayamos dejado de hacerlo.
 
Revisa tu lista de pendientes… ¿qué tiene penando por ahí más tiempo de que debió estar?
 
“La acción es lo que destruye la procrastinación” – Og Mandino


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