En las sesiones de coaching que tengo con mis clientes, muy a menudo les digo que algo fundamental para poder avanzar, crecer y evolucionar como personas, es imprescindible confiar en los procesos de la vida.
Hay algunos que me ponen cara de extrañeza, como si de repente sintieran que hablan con un hippie o alguien tirado al new age. Otros, los más controladores (como yo en muchas cosas), son los más reacios a siquiera aceptar una sugerencia como ésta, simplemente por le hecho de que la idea de que “todo depende de mi” está tan arraigada que no ven como algo pueda no depender de ellos.
Y la realidad es que hay muy pocas cosas que podemos controlar en la vida. Y antes de avanzar, quiero clarificar que con esto no me refiero a esa idea extrema de que si todo depende de la vida, me quedo entonces tirado en la hamaca esperando a que la vida me de todo lo que quiero. No. Esta es una vida en la que para experimentar hay que hacer, hay que dar pasos, hay que movernos.
Aclarado el punto, mencionaba que hay muy pocas que podemos controlar, o en otras palabras, hay una infinidad de personas y circunstancias que están más allá de mí. En última instancia yo no puedo controlar la forma en que mi pareja reacciona, o lo que hace o decide no hacer. No puedo controlar la economía, que el jefe no me de el incremento que merezco, o peor aún, que decida correrme. Como ejemplo actual ahí tenemos la misma pandemia.
Entramos entonces en un proceso de shock mental en el que por un lado enfrentamos la idea de que todo depende de mí, y por otro, que al final pareciera que la vida simplemente hace lo que le viene en gana.
Cuando creemos que todo en la vida depende de uno, curiosamente a lo largo de la vida hemos confirmado ese paradigma: Si estudio y saco buenas calificaciones, me graduaré con honores. Si me gradúo con honores, podré obtener una beca para el posgrado. Si me va bien en el posgrado, encontraré un buen trabajo. Si obtengo un buen trabajo, tendré un buen sueldo, y por tanto una buena vida… y así vamos por la vida, confirmando que todo depende de mí. Soy el arquitecto de mi destino (y también el albañil, carpintero, plomero y decorador de interiores).
Y de alguna manera así es. Si no estudias, no te aplicas, no buscas el trabajo y no das lo mejor de ti en él, por supuesto que no tendrás el sueldo que quieres, la satisfacción de hacer lo que haces y el estilo de vida que buscas. Una vez más, no se trata de pensar que nada depende de mí y que en todo caso soy una veleta al aire.
Sin embargo, cuando por alguna circunstancia sentimos que estamos ante una prueba complicada o dolorosa en la vida, todo ese ánimo de control se vuelca contra uno mismo: o buscamos incesantemente controlar lo incontrolable (con todo el desgaste que es supone), o bien, llegamos a un punto de aceptación (que no es lo mismo que rendición) en el que lo único que queda es hacer lo mejor que pueda, con lo que tengo y en donde estoy, confiando en que la vida hará su parte.
Y este es precisamente el nugget de este post: confiar en la vida es un proceso mental y espiritual (no religioso) en el que te das cuentas de dos cosas: 1) aceptas que hay “algo” más grande que tú que orquesta la vida; y 2) que la vida siempre juega a tu favor.
Con esto, y especialmente con lo último, no me refiero a que la vida siempre nos cumpla los caprichos, sino que nos pone las circunstancias para darnos cuentas qué queremos y qué debemos hacer, y entender que al final todo es un proceso en el que me tengo que hacer consciente de mis juicios, patrones de pensamiento, reacciones y acciones para precisamente, al darme cuenta de ellas, cambiar las que no me son convenientes y entonces sí buscar y lograr aquello que yo quiero. Hago lo que me corresponde y confío en que la vida hará su parte.
Confiar no es algo que intelectual o lógicamente decidamos. Es una experiencia que vivimos y, al vivirla, la integramos en nuestra vida. Sino piensa: ¿cómo decidiste confiar en tu pareja cuando comenzaste tu relación? Te aseguro que no te pusiste a pensar o racionalizar si era apropiado (o inteligente) confiar en él o ella. No. Simplemente lo decidiste y te enfocaste en dar lo mejor de ti y en disfrutar la experiencia.. ¿o no?
Confiar en la vida es confiar en sus procesos. Es entender que las cosas pasarán en su mejor momento y de la mejor forma. Pero también esto implica darle a la vida margen de maniobra, y aquí es donde muchos cojeamos porque confundimos el concepto de confiar en la vida con el de “demandar” de la vida. Y cuando ante las demandas la vida de repente nos pinta un cuerno, entonces concluimos que eso de confiar en el vida es una burla y más nos enfocamos en controlar todo porque al final “todo depende de mí”.
Por ejemplo, si una persona anhela tener una pareja y en su idea busca que sea alguien de cierta estatura, color de piel, ojos y tipo de cabello (nacionalidad, nivel académico e inserta aquí todo lo que se te venga a la mente), no quiere decir que no pueda encontrarla, pero al ser tan específico, automáticamente cierra las puertas a un sinfín de posibilidades de que en lugar que sea la “Martha” que quiere, la vida le pueda poner enfrente a una María, una Constanza, una Ekaterina o una Michelle.
Pero si esta persona se enfoca en tener una relación para dar lo mejor de si, alguien con quien compartir las experiencias de vida, en ese momento abre las puertas para que la vida haga su magia y entonces en el mejor momento y la mejor circunstancia ponga ante él su media naranja. No se trata de ir por la vida sin sueños ni metas, sino en entender que al querer las cosas de cierto modo, en cierto momento y con ciertas personas, es la receta para una muy probable frustración (y digo probable porque al final nada está escrito y la vida te puede dar eso tan específico que buscas… pero es como sacarse la lotería: muchos participan y solo uno gana).
En su libro Trust Iyanla Vanzant describe una analogía que me parece fenomenal: los procesos de la vida son como cualquier proceso, es decir, una secuencia de pasos que tiene como fin un resultado.
Por ejemplo, en el proceso de cocinar, hay que lavar los vegetales, pelarlos, picarlos, cocinarlos, condimentarlos, terminarlos y servirlos. Ahora, si en esta idea, según Iyanla, tú eres una zanahoria, algunas cosas (o muchas) no dependen de ti, sino del chef. A ti no te toca más que ser la zanahoria y hacer lo mejor que puedes con tu naturaleza: darle sabor, color y textura al platillo aportando la esencia de lo que eres.
Así es la vida. Hay que ir por ella dando lo mejor de uno, aprendiendo, evolucionando, compartiendo y entendiendo que hay cosas que depende de uno mismo, pero el final, nos guste o no, hay un proceso que corre más allá de nuestra lógica y de nuestro razonamiento que lleva los hilos de la vida.
Y al final uno tiene siempre la opción de ir buscando controlar todo (y darte varios tropezones en el camino), o bien, poner tu mejor cara, hacer lo mejor que puedas y dejar que la vida te sorprenda… especialmente cuando las cosas no salen como tu “quieres”.
Si en realidad confías en la vida, entenderás que al final todo lo que pasa, absolutamente todo, es para tu mejor bien. Si no, trata de recordar algo “malo” que te haya pasado… y que en retrospectiva, al paso del tiempo, cuando lo evalúas, ¿no fue acaso algo que al final se solucionó solo, o se arreglo de una manera que no creías posible, que te hizo explorar nuevos caminos para solucionarlo, o te trajo conocimiento y sabiduría y que hoy puedes incluso llegar a decir que ha sido una de las experiencias, que si no de las mejores, si una de las que más has aprendido y crecido en la vida?
En la vida, te toca ser la zanahoria, no el chef, así que disfruta siendo zanahoria y pon tu esencia en el platillo en el que estés. La vida, en su infinita sabiduría, se encargará de lo demás.
Plot twist: al final, tú eres el chef y la zanahoria… pero eso lo dejamos para otra plática.
Me.encantó
Gracias Héctor
Gracias! y si crees que a alguien más le pueda servir, compártelo por favor!
Asi, tal cual 👍🏻
Muy interesante, como todo lo que
Compartes .
Gracias 😊
Gracias! Un abrazote hasta esas lindas tierras!