Un ramen para disfrutar

Ya de regreso en casa después de un fin de semana ¡ES-PEC-TA-CU-LAR! y es que, sino te enteraste, este fin de semana fui a un workshop de seminario de Abraham-Hicks (si no sabes quién es y sientes curiosidad, dale click a la liga).

Todo iba bien, un vuelo puntual y tranquilo, un cruce por la frontera rápido. Un hotel pequeño pero genial situado en el corazón de Little Italy en San Diego y muchas cosas para conocer, comer y experimentar.

Y digo que todo iba bien porque se ¡puso mejor aún! pues resultó que Abraham Hicks me pasó al hot seat, este sillón en el templete en el que te sientas y puedes preguntarle lo que se te ocurra (checa mis posts e historias de Facebook e Instagram donde compartí un poco del evento).

En futuros posts aquí en el blog, lives en Facebook y publicaciones también en Instagram te iré contando poco a poco porque hay muchísimo que digerir de exa experiencia (si no me sigues aún en esas redes sociales, dale click a la liga y te llevará a mi perfil).

Pero bueno, este post más que para platicarte de todo eso que tuve la oportunidad de vivir, quiero contarte qué tiene que ver todo eso con este ramen.

Quizá no sepas, pero hasta hace un poco menos de 5 años tenía un trabajo en el que sentía que moría un día a la vez. Ganaba bien, no faltaba nada, era un puesto con un buen nivel de responsabilidad pero… no lo disfrutaba, me estaba ocasionando problemas de stress y de salud al extremo de ir a dar al hospital DOS veces (toooooda esa novela la comparto en mi libro Si Lo Hubiera Sabido Antes que puedes encontrar en Amazon).

Ahí digamos que perdí la capacidad de disfrutar la vida. Todo era esfuerzo, desgaste, miedos, carencia, estar continuamente cuidándote la espalda… una vida con la que quizá te identifiques en ciertos aspectos (aunque después comprendería que todo eso que en verdad “sufría” no era más que mi propia creación, mis expectativas fuera de lugar y la vida ayudándome (por la mala porque por la buena no hice caso) que había cosas que trabajar, integrar y  trascender).

Renunciar, desde ese estado de consciencia, fue subirse a la montaña rusa acabando de comer y sin ponerse el cinturón de seguridad. Logré la “libertad” tan añorada pero venía salpicada, no, sumergida mejor dicho, en miedo, incertidumbre y muchísima reacción. No tenía ni idea que haría con mi vida… y con la de mi familia. CAOS.

Comencé como freelancer en temas que dominaba y empecé a colaborar con algunas firmas de consultoría y entrenamiento ejecutivo. Me gustó y poco a poco fui moviéndome por ahí. No había llegado (ni llegaría en los siguiente años) a sentirme cómodo y verdaderamente libre (tanto de tiempo como de dinero). Sin duda un trago bastante complicado que dar.

Me costaba mucho disfrutar lo que hacía porque siempre estaba pensando en llegar al lugar en donde AÚN NO ESTABA ni tenía AÚN LO QUE QUERÍA. Mi mente estaba desfasada: no me gustaba en dónde estaba ni disfrutaba tanto lo que hacía porque para eso no había renunciado. Contraste y reacción total.

Dentro de esa incapacidad de disfrute, me di cuenta que saborear mi tiempo libre era algo que simplemente se había esfumado de mi vida. Haciendo lo que hoy hago, tienes todo menos una agenda fija. Hay semanas pesadas, con viajes y demás en las que te sientes productivo (y aquí hay mucha tela de donde cortar) pero así también había días y semanas muy flojas respecto a los proyectos y trabajos. Y en esos días era justamente donde me sentía fatal.

Mi mente se la pasaba haciendo cálculos de cuánto dinero estaba “dejando de ganar” por no tener proyectos esos días. No quieres ni imaginarte la auto-flagelación, la culpa y la incapacidad de poder disfrutar esos días “flojos”.

Si me has estado siguiendo en mis redes, quizá te hayas dado cuenta que algo que también disfruto mucho es comer y probar cosas nuevas. Me gusta mucho la cocina y tengo cierta habilidad para el carbón, la panadería y la cocina italiana y asiática.

En esos días, sin “mucho que hacer”, cocinar era lo peor que me podía poner a hacer. Me sentía la persona más fracasada del planeta. “¿Cómo es posible que en lugar de estar desarrollando contenidos, buscando clientes, ver como facturar más (y poder pagar a alguien para que nos ayude a cocinar, por ejemplo), este yo aquí preparando algo para que mis hijas coman?”. Insatisfacción total. Una vida llena de juicios y de cuestionamientos. Me convertí en un verdadero infeliz.

Y aquí es donde Abraham Hicks y el ramen se juntan. 

Durante el seminario, y también cuando tuve la oportunidad de subirme al hot seat, el mensaje era claro: si buscas tener o hacer algo para sentirte bien, es la forma más sencilla de hacer condicional tu bienestar. Y eso era justo lo que me estaba pasando: Si tenía muchos proyectos, conferencias y talleres, no podía disfrutar mucho tiempo con mi familia. Pero el problema lo palpé más claramente en los días en los que no tenía trabajo, en esos días forzosamente libres, pues tampoco era capaz de disfrutar al 100% a mi familia, pues mi mente estaba desfasada en el futuro pensando en como demonios completaría para la hipoteca y bueno, ya sabes, todas las novelas que se desatan en la cabeza.

Y aquí es donde logro integrar finalmente eso que mi mente sabía racionalmente desde hace varios años: la única forma de ser feliz, de disfrutar lo que haces en donde estás, es precisamente decidiéndolo. ¿Cómo?, quizá te estés preguntado (lo he hecho yo también por años). 

Bueno, en primer lugar, es una decisión consciente, es decir, tienes que hacerte responsable y DECIDIR disfrutar lo que haces sin importar qué sea o dónde estés. Suena super extraño esto que te escribo pero créeme, sí es posible hacerlo. El segundo ingrediente es no estorbarle a la vida (aquí una pequeña historia que me pasó en ese viaje), es decir, fluir, tomar las cosas como vienen y saber encontrar lo positivo que tenga, por mínimo que sea (que es algo que también conscientemente decides y no, no se trata de claudicar tus sueños, conformarse o rendirse como normalmente lo entendemos).

La felicidad, esa capacidad de decidir serlo, sin depender de lo externo, de dónde estés o qué tengas o con quién estés, hace que ésta sea INCONDICIONAL, esto es, que nada de fuera lo puede traer ni tampoco quitar.

Y así es como hoy este ramen salió de mi. Presente, decididamente enfocado a disfrutar todo el proceso mientras lo preparaba sin hacerle mucho caso a la mente por los centavos que no pude ganar mientras lo cocinaba. Cuándo la mente quería comenzar con su mitote típico (ya sabes… ¿Cómo, Don Ingeniero aquí sin trabajo hoy?) simplemente me hacía presente y me preguntaba: si hoy no hay proyectos en tu agenda, ¿qué puede afectar que tomes unas horas y prepares algo que les encanta a tus hijas? Mi condición no iba a cambiar por dejar de hacerlo y martirizarme por no poder hacer otra cosa “más productiva”. 

Estar presente y disfrutar lo que la vida te pone enfrente momento a momento es la clave para comenzar a mover las cosas. 

Y justo cuando acababa de terminar toda la preparación del ramen me llega un mensaje de un cliente pidiéndome unas sesiones de trabajo. Nada cambió, pero todo cambió… porque en ese instante decidí cambiar yo.

Si ya estas suscrito al blog, genial, y si no, abajo viene un formulario para que lo llenes. Y si aún no me sigues en las redes sociales, al final de esta página encuentras las ligas a mis perfiles.

¡Un abrazo! y estáte al pendiente del proximo live a través de las redes.

Héctor  🤟🏽 

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