Una vida demasiado ocupada

“Ten cuidado con la futilidad de una vida ocupada” – Sócrates

Uriel es un ejecutivo a quien conocí hace ya varios años, justo cuando iniciaba su carrera profesional. Meticuloso, responsable y trabajador. Seguramente lo que toda compañía y líder buscaría en una persona.

Por un tiempo le perdí el rastro. El siguió creciendo profesionalmente. Se movió algunas veces de empleo siempre con la mira de crecer.

Llevaba una vida acelerada. Su intención era independizarse dentro de unos pocos años, lo que requería mantener un negocio alterno a su empleo diario.

“No pienso ser empleado toda mi vida y aguantar tanto sin sentido que pasa en las empresas”, me compartió cuando nos topamos de nueva cuenta.

Vivía al límite de su energía. Mucha adrenalina, pero también cansancio… y muchos cuestionamientos.

-“¿Eres feliz? ¿Te sientes satisfecho?”, le pregunté en esa ocasión. -”Sí”, decía en un tono de voz que transmitía seguridad y certeza; pero su gesticulación y lo tenso de su quijada a mí me decía otra cosa distinta.

Alberto, por otro lado, había llegado a ocupar el segundo puesto más importante de su empresa, justo debajo del Director General. A su cargo tenía toda la operación de la planta maquiladora y todas las decisiones pasaban por su escritorio.

Conocía casi a todos los empleados y trabajadores por su nombre. La gente se lo reconocía y se sentía cercano a sus “muchachos”.

Sin embargo, pasaba demasiadas horas en la oficina. Quería estar seguro de todo. Sus habilidades de delegación eran de cierta manera algo precarias, pues aún y cuando asignaba tareas, estaba siempre al pendiente “por si algo pasaba”.

La vida familiar le estaba cobrando la factura… y aunque sus hijos ya no eran unos niños, él mismo aceptaba que su “necesidad” por estar en la oficina y asegurarse que todo caminara bien era genuina.

Ambos casos tienen un común denominador: una vida que pareciera estar llena de “HACER” y un poco olvidada en la parte del “SER”.

Ambos estaban llenos de trabajo, de estrés. Entre más avanzaban en sus carreras, más carga de trabajo tenían.

A uno le costaba darse el tiempo para determinar en dónde quería realmente poner su energía y soltar lo demás sin miedo. Al otro, soltar el control, exigir resultados a los responsables y quizá tomar decisiones no agradables.

Uno se vendía la idea de que “ya faltaba poco para soltar ese empleo” que, aunque le llenaba, lo tenía hasta cierto punto fastidiado, distrayéndolo de lo que decía que era su sueño.

El otro se vendía la idea de que si no estaba al pendiente, el barco “podría zozobrar” y no se podía permitir eso. Meterle horas y horas al trabajo le había redituado profesional y económicamente y ahora, sin darse cuenta, operaba desde ese paradigma.

La pregunta incómoda, que quizá en algún momento ya se habrían hecho, era si al terminar el viaje, ¿habría valido la pena? ¿habrían disfrutado el camino? ¿sentirán un balance en todos los aspectos de su vida?

Y lo peor. Quizá la pregunta si se la habían hecho pero, como muchas veces pasa, decidieron ignorar la respuesta.

En ocasiones, cuando he llegado a cuestionar esto mismo en una sesión de mentoría con algunos de mis clientes, la defensa se elabora más o menos de la misma forma:

  • “¿Entonces qué? ¿Debería simplemente ser un conformista?”
  • “Tú no tienes ni idea de como está aquí la cosa… todo está ardiendo siempre”
  • “Mi jefe es un lunático y nos quiere siempre aquí en la planta… seguirle el ritmo a sus 14 horas de trabajo diario es extenuante”

Algunos se doran la píldora un poco más para venderse la idea de que esto será pasajero:

  • “Me faltan 5 años para retirarme y lo quiero hacer en el tope de mi juego. Le he invertido mucho”
  • “Le voy a meter todos los kilos los siguientes 10 años porque me quiero independizar cuando cumpla 45, así que es momento se darle”
  • “Ya habrá tiempo para descansar”

¿Qué es aquello que tanto persiguen? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Control? ¿Status?

¿No es suficiente con lo que tienen? ¿Tienen miedo a perderlo? ¿A que se acabe?

¿Quiénes son sin su trabajo, su puesto o su empresa?

¿Los demás seguirían valorándolos por quienes son sin todo eso? O peor aún, ¿ellos mismos se seguirían valorando por igual?

¿Será que es miedo a no saber quiénes son sin eso que, según ellos, los define?

No. No hablo de buscar una vida mediocre, tibia, sin logros.

Hablo de una vida con sentido, llena de disfrute, de retos, de crecimiento. De caídas y levantadas. De todo aquello que te haga mejor, que te ayude a evolucionar. Eso que te permita ayudar al otro en su propio camino, sin querer convencerlo del tuyo ni necesitar copiar el del otro.

Una vida ocupada, sí. Pero sin olvidar la parte del disfrute pleno.

No de las píldoras que de repente nos doramos con la idea de “ya llegará el momento de disfrutar, de descansar, de bajar la guardia, de no estar estresado, de tener tiempo para mi, para la familia, para la salud”.

¿Y si ese momento no llega?

Que tu vida esté ocupada. Sí.

Pero no olvides los espacios de reflexión, de autocrítica, de crecimiento personal, de estar cómodo en tu propia piel.

Que nunca olvides que el objetivo de la vida es precisamente esa, vivirla, y no simplemente gastarla.

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