Viviendo a medias

Era un típico viernes y el reloj marcaba las 12 del medio día. A pesar de que los problemas en el trabajo no daban tregua, experimentaba cierta alegría por el fin de semana que ya se develaba ante mí. Quizá seguiría recibiendo llamadas y correos “urgentes” que responder pero de alguna manera esa sensación de falsa libertad me sabía a una bocanada de oxígeno puro que, con algo de suerte, duraría hasta la tarde del domingo cuando de nuevo esa pesadez se apoderaría de mí, anunciando la llegada del lunes, y con él, mi maldito trabajo que tanto odiaba. Ya no sabía a qué otra empresa más enviar mi curriculum vitae, pero si de algo estaba seguro era que el día que tuviera un nuevo trabajo finalmente sería feliz.

Cada fin de semana se volvía más complicado encontrar con quién salir al cine o a pasear al centro comercial. Una a una mis amigas se iban distanciando porque comenzaron a “andar” de novias. Aquellas con un poco más de suerte ya lucían un anillo de diamante en sus manos. Y aunque me alegraba al verlas tan contentas, en el fondo cada que nos juntábamos y platicaban lo enamoradas que estaban y lo felices que eran, yo no podía dejar de sentir en el vientre una amarga mezcla de envidia y tristeza. No era fea y por mucho tiempo gocé de ser el alma de la fiesta. Mis amigas decían que no entendían porque no tenía novio si era linda y afable. Yo tampoco lograba comprenderlo. Pero sabía que el día que tuviera uno sería feliz, y tal como en los cuentos de hadas, mi felicidad duraría para siempre.

Recuerdo que odiaba las clases de educación física. Mis amigas se peleaban porque yo no estuviera en sus equipos de vóley. Aunque no tenía mucha condición física, en el fondo lo que verdaderamente les pesaba era mi figura. Por más que me mataba de hambre y hacía ejercicio simplemente no bajaba de peso. Mucho menos de medidas. “Eres de complexión gruesa”, recordaba a mi abuela decirme cada que el tema salía en la conversación. Maldita herencia, pensaba. Estaba harta de todas las dietas. No había alguna que no conociera… y de la cual hubiera comprobado que en mí no funcionaba. Mi imagen se comenzaba a interponer entre mi vida y mis sueños, hasta que me enteré de que una cirugía de banda gástrica podría lograr esa figura que tanto había añorado. Esperaba con ansia ese día porque sabía que a partir de entonces mi vida sería diferente y, junto a ella, mi suerte.

¿Con cuál de estas historias te identificas? Quizá tengas una propia, pero eso no importa. Lo común en todas ellas es la idea equivocada que tenemos acerca de la temporalidad de la felicidad. Creemos que ésta llegará cuando nos contraten en el nuevo trabajo, tengamos una pareja o el cuerpo que siempre soñamos. Y así, casi de manera inconsciente, vamos caminando por la vida imaginando que la felicidad está esperándonos en la siguiente estación, como si ésta fuera un destino. No importa lo pusilánime del trayecto, la recompensa es que tarde o temprano llegaremos a ella.

Sin embargo, si has tenido la oportunidad de comprarte un auto nuevo, piensa ¿cuánto tiempo duró la “felicidad” de haberlo obtenido? Si has logrado cambiarte de trabajo, ¿qué tanto duró la luna de miel en esa nueva empresa? La mente humana funciona así: una vez que ha logrado un objetivo, deja de lado el gozo y rápidamente busca hacia dónde enfilar sus recursos. Una nueva estación, un nuevo destino. Y una nueva falsa promesa de que la felicidad estará ahí esperándonos.

La felicidad verdadera es una práctica, una decisión que tomamos a cada instante. Darnos cuenta de que lo único que podemos controlar es la manera en cómo nos sentimos y reaccionamos ante la vida es realmente liberador, pues nos permite recuperar ese poder que en algún momento dejamos en manos de otras personas y de las circunstancias externas.

No importa a dónde vayas, o con quién estés. Siempre te llevarás a ti mismo contigo y mientras ese paradigma siga vigente, la felicidad jamás llegará. No estará en la estación a la que llegues ni tampoco serás capaz de apreciarla en el camino. Y no tendrás de otra más que seguir así, viviendo a medias.

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