“No es justo… ese puesto era para mi pero en esta compañía solo crecen los favoritos del jefe”.
“En mi evaluación anual mi jefe se clavó en el error que cometí hace 2 meses y no consideró todas las salvadas de pellejo con las que le ayudé todo el año”.
“El jefe jamás se atravesará por ti… ya vez lo que me pasó a mi: era su error y me embarró para él salir limpio”.
“Le propuse ese proyecto infinidad de veces y jamás me hizo caso… y llegó un lambiscón que le dio por su lado, me roba la idea y ahora él es un genio”.
¿Cuántas historias así has escuchado de tus compañeros de trabajo? ¿Cuántas historias como estas te han pasado a ti directamente?
O quizá tus historias tienen que ver con tu vida personal.
“Volvió a llegar tarde a nuestra cita y ni siquiera fue para disculparse”.
“Olvidó nuestro aniversario… ¿será que ya no le importo?”.
“Siempre es la misma. Si no me encargo yo las cosas de la casa, ¡nadie las hace!”.
El problema aquí no es si lo que te pasó es justo o no. Tampoco importa si la otra persona tiene o no razón.
Menos aún implica ignorar el dolor que el hecho pudo haberte causado pues al final somos seres emocionales.
El problema es que eso que dolió ya pasó pero tú quizá lo sigues cargando.
Incluso probablemente duela más ahora que antes por toda esa carga emocional que has acumulado a lo largo del tiempo.
Emociones que han se han acumulado.
Coraje, resentimiento, frustración, decepción…
Y aquí encaja a la perfección la pregunta ¿y entonces qué se supone que debo hacer?
La única solución para deshacerte de esa carga es muy sencilla, pero complicada de poner en práctica: soltar.
Soltar esa carga que traes y que solo existe en tu pensamiento.
El hecho ya pasó.
No lo puedes borrar. No puedes de-sentir lo que efectivamente te hizo sentir.
Lo hecho hecho está.
Sin embargo, ese dolor inicial lo has extendido y ahora permea en toda actividad que haces. Ese dolor, ese coraje, esa insatisfacción entinta tu experiencia de vida y vives a la sombra de “eso” que pasó.
Soltar es proceso de toma de consciencia. Nadie te puede decir exactamente cómo hacerlo porque es algo que solo puedes entenderlo en el momento en el que lo vives.
Sin embargo, creo que la siguiente historia budista puede ayudarte a poner en perspectiva todo esto que te escribo:
Dos monjes budistas caminaban por el bosque de regreso a su monasterio cuando de repente se toparon con un río que interrumpía su camino.
Cuando se disponían a cruzarlo, escucharon los sollozos de una joven y hermosa mujer que estaba sentada en una piedra justo a la orilla.
– ¿Que sucede? – le preguntó el monje más anciano.
– Señor, mi madre está muy enferma. Está sola en su casa que queda al otro lado del río y no puedo cruzarlo. Lo he intentado – siguió la mujer – pero me arrastra la corriente y me da miedo ahogarme. ¿Será posible que ustedes me puedan ayudar a cruzarlo?
– Ojalá pudiéramos ayudarte – se lamento el monje más joven. Pero el único modo posible sería cargarte sobre nuestros hombros a través del río y nuestros votos de castidad nos prohíben todo contacto con el sexo opuesto. Lo lamento, créame.
La mujer lloraba desconsolada.
El monje más viejo se puso de rodillas, y dijo a la mujer: – Sube.
La mujer no podía creerlo. Tomó un pequeño bolso que traía consigo y se montó sobre los hombros del monje.
El monje anciano y la mujer cruzaron el río con bastante dificultad, seguidos por el monje joven. Al llegar a la otra orilla, la mujer descendió y le agradeció infinitamente al monje el que le hubiera ayudado a cruzar el río.
– Está bien, está bien -dijo el anciano. – Por favor, sigue tu camino.
La mujer se inclinó con humildad y gratitud, tomó su bolso y se apresuró por el camino del pueblo. Los monjes, sin decir palabra, continuaron su marcha al monasterio… aún tenían por delante diez horas de camino.
El monje joven estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro.
Un monje budista no debía tocar una mujer y el anciano no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.
Al llegar al monasterio, mientras entraban, el monje joven se giró hacia el anciano y le dijo:
– Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de lo sucedido. Está prohibido.
– ¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -preguntó el anciano
– ¿Ya te has olvidado? Llevaste a esa hermosa mujer sobre tus hombros -dijo aún más enojado.
El viejo monje se rió y luego le respondió:
– Es cierto, yo la llevé. Pero la dejé en la orilla del río, muchas leguas atrás. Sin embargo, parece que tú todavía estás cargando con ella…
Sin duda habrá ciertos eventos en tu vida que dolerán. Otros, incluso, pondrán a prueba tu temple. Y la realidad es que en muchos de ellos no tendrás el control de absolutamente nada.
Pero donde sí tienes el control es en la forma de digerirlo, en la manera de procesarlo.
Muchas veces no tendrás opción en decidir lo que te pasa pero siempre podrás decidir la forma en como quieres reaccionar ante eso que te pasa.
Esa es la magia de soltar.
Deja a esa hermosa y joven mujer a la orilla del río y sigue tu camino… llevarla en la mente pesará más que lo que implicó ayudarla a cruzarlo.
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