Hace unos días, platicando con un adolescente, me confiaba con un cierto nivel de ansiedad su preocupación por no “saber” qué sigue en su vida.
“Todo mundo espera que ya tengamos la vida decidida y, por lo tanto, todos mis compañeros de la prepa están en una carrera frenética por acumular ‘cosas’ para su resumé. Por todos lados nos dicen que el mejor camino es emprender y yo no tengo ni idea de qué voy a hacer… incluso qué quiero hacer”, me soltó mientras jugueteaba con sus audífonos.
“Mi vida resumida en un párrafo”, pensé para mis adentros.
“Tienes toda la vida por delante. En algunas ocasiones acertarás y en otras tantas te equivocarás. Quizá algunos ‘errores’ parecerán brutales, pero al final lo importante es el proceso, la persona en quien te conviertes mientras avanzas por la vida”, le dije tratando de tranquilizarle.
No tengo que decirte la mirada que me echó. Se acomodó sus audífonos y hasta ahí llegó la conversación.
Mi recomendación era buena, pero en un estado de ansiedad o preocupación esas palabras raramente hacen eco.
De nuevo, mi vida resumida ahora en una simple oración.
Yo tenía 41 años cuando profesionalmente aventé todo por la borda.
Tenía bajo mi brazo muy buenas credenciales académicas y más de 20 años de experiencia en empresas trasnacionales. Mi carrera iba en franco asenso y en verdad pensé que el guión que me habían vendido lo había ejecutado a la perfección… hasta que la vida me sacudió.
Había pasado dos episodios que me habían llevado al hospital y tenía mucho miedo.
Quizá es la primera vez que lo expreso así, tan directa y claramente. Tenía mucho miedo.
Miedo a morirme y no poder ver crecer y evolucionar a mis hijas.
Miedo a equivocarme. A tomar la decisión incorrecta, arriesgar todo, perderlo y no saber si tendría lo que se necesita para comenzar de nuevo.
Miedo al juicio de mi familia, de mis amigos. “¿Qué tiene este *** en la cabeza?”.
Miedo a seguir sintiendo ese miedo que por mucho tiempo había vivido y con el que, incluso, ya me había acostumbrado a vivir. A sobrevivir, mejor dicho.
Miedo a que en algún momento me despidieran. Miedo a no dar el ancho. Miedo a tener que vivir un fracaso laboral y con deudas hasta el cielo.
Miedo a no saber “qué seguía” en la vida.
Pero algo que no sabía años atrás es que como humanos tenemos siempre la posibilidad de reinventarnos.
Y en ocasiones es la misma vida la que te reinventa
No estoy diciendo que sea fácil o rápido, pero sí estoy diciendo que es posible.
Ella es Zeng Zhiying, y debutó en estos Juegos Olímpicos de París 2024.
Tiene 58 años.
Sí, 58.
Zeng es china y, como muchos atletas allá, le inculcaron el tenis de mesa y una dedicación extrema al mismo desde muy pequeña. Se hizo profesional a los 12 años y a los 16 entró en el equipo nacional chino… hasta que las reglas cambiaron.
Hasta antes de 1986, las raquetas del tenis de mesa tenían ambos lados del mismo color. Sin embargo, cada uno de ellos eran de materiales distintos y, por lo tanto, el efecto que cada uno de ellos le daba a la bola era diferente.
Esta era su ventaja competitiva. Podía confundir al oponente cambiando constantemente el lado de la raqueta y, por lo tanto, el efecto que le daba a la bola… hasta que las reglas cambiaron.
Su ventaja competitiva desapareció y, con ella, su ranking en el equipo nacional chino.
La frustración le hizo presa y a los 20 años mandó al demonio el deporte.
Y lo hizo sin saber qué seguía en su vida.
Se mudó a Chile y en el año 2000 se consiguió un trabajo de “verdad”… hasta que llegó la pandemia.
En casa, sin mucho que hacer, volvió a tomar la raqueta. Clasificó a los Juegos Olímpicos de París 2024, y a los 58 años lo logró.
Este mes de agosto cumplo 6 años de haberme independizado. Muchos romantizan el emprender o independizarse, pero no, no ha sido un viaje tranquilo ni placentero, pero ha sido el viaje de mi vida.
Muchas cosas se destruyeron en ese proceso: desde el estilo de vida que tenía hasta la misma concepción que tengo de mi, de la vida y la existencia.
Un viaje en el que, siempre que me preguntan comparto, necesitas a alguien incluso mucho más fuerte que tú a tu lado. Alguien que no alcanza a ver qué demonios pasa contigo pero que está ahí dispuesta a acompañarte en el viaje. Alguien quien incluso cree más en ti que tú mismo. Alguien quien pacientemente espera que la oruga se transforme en mariposa. Alguien a quien le deberás toda la vida hacer confiado en ti y en tu proceso.
Estoy casi seguro que para Zeng el verdadero premio no fue ir a los Juegos Olímpicos. Y no estoy diciendo que eso no tenga valor… pero creo que para ella el verdadero premio fue palpar en su experiencia de vida la persona en la que se convirtió desde que botó la raqueta y se olvidó de ello hasta haber representado a Chile en la justa olímpica.
Al final, creo que ese es el verdadero premio de toda existencia.
Cuando sientas que la vida va más aprisa que tú; cuando sientas que no tienes los tamaños para “lograr” eso que tanto sueñas, incluso cuando creas que no tienes la menor idea de qué sigue, recuerda que siempre, siempre, es tu momento.
Estás en donde tienes que estar.
Y ahí, haz siempre lo mejor que puedas con lo que tengas a la mano.
Atrévete. Da ese paso. Has las pases con tus miedos y sigue caminando… que la vida sabrá recompensarte dicha aventura.
Llegará el momento en que su participación en los Juegos Olímpicos quedará en un bello recuerdo. Pero en quién ella se transformó a lo largo de su vida es lo que le habrá dado sentido a la misma.
Lo mismo deseo para ti. 🔥
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