¿Y si la vida es una máquina de limones?

¿Qué hacer cuando a la vida no simplemente se le ocurre ponerte dos que tres limones en el camino sino que ésta se convierte literalmente en un limonero?

Ya te la sabes: si la vida te da limones, has limonada.

Y la pregunta que yo siempre me hacía era “¿cuánta maldita limonada tengo que procesar?”.

No, no era negocio. Al contrario, yo sentía que cada vez me desgastaba más y veía mi “realidad” como un barril sin fondo.

Por otro lado, la sociedad tampoco ayuda. Esta idea de “aguantar lo que sea” en pos de la resiliencia no hace más que crear un patrón de respuesta con un nivel de consciencia muy pobre: si la vida me da limones, hago limonada. Y si me da más limones, hago mucha más limonada…

… hasta que llegamos al burnout.

¿Por qué escribo que este tipo de respuesta tienen un nivel de consciencia muy pobre? Porque pensamos que la vida es la que nos está dando los limones cuando, en realidad, deberíamos entender que somos nosotros mismos los que estamos produciendo los limones para después desgastarnos en convertirlos en limonada en un cuento de nunca acabar.

Sí. Vivimos en un perenne victimismo que nos hace concluir que la vida es injusta, que no te explicar cómo el vecino tienen más suerte que tú y eso que tu te has matado, literalmente, por tratar de sortear todo lo que te pasa.

La vida no es justa ¿verdad?

Bien, aquí te va otra perspectiva.

Los limones son una bendición, siempre que se esté dispuesto a verlos así.

Cada que la vida te “avienta” un limón, en realidad lo que está poniendo frente a ti es una materialización de algo que necesitas trabajar, sí, trabajar en el sentido de que es algo en lo que debes descubrir el mensaje encriptado para que tú sigas avanzando en tu propio proceso de evolución.

Creo que ya te habré contado esta historia, pero quiero utilizarla para darte contexto de lo que acabo de compartirte.

Renuncié 3 veces a mi trabajo. Jamás me despidieron, era yo el que se iba. Y las razones eran básicamente las mismas: después de un proceso de integración retador llegaba a dominar mi puesto, dando los resultados esperados y no “había más” para mi. Me sentía lejano a mis jefes y me costaba mucho dar con ese “padrino” que te dicen debes encontrar para seguir creciendo.

¿Qué hacía yo? Fácil. Renunciaba y rápido me iba a otro trabajo.

Lo que jamás me pasó por la cabeza era que las situaciones se volvían a repetir. Era más o menos el mismo guión y solo cambiaban el escenario y los actores… hasta que me di cuenta que el común denominador en todas esas puestas en escena era yo.

Las circunstancias que vivía se repetían porque había ciertos paradigmas y comportamientos que tenía que trabajar pero, siempre pensando que el problema estaba del otro lado, mi juicio decía “este trabajo, este jefe, esta cultura es la culpable de que no pueda seguir creciendo”.

La vida me aventaba limones y cada que me cambiaba de trabajo, el limón parecía más grande y más ácido… hasta que me cayó el 20 de que era yo quien tenía que integrar esa situación que estaba viviendo.

Tomar consciencia, como les digo a mis clientes en el programa de mentoría.

Es lo mismo con el estrés.

Cuando no lo manejas de una forma productiva el cuerpo comienza a susurrarte: “¡ey, bájale!”

Pero si no le haces caso, entonces comienza a gritar hasta que en una de esas acabas en un hospital.

Los limones son una alerta de algo que tienes que trabajar, y tu trabajo es entender para qué están presentándose ante ti.

Cuando se comprende que los limones son unas bendiciones disfrazadas, es cuando los comienzas a utilizar para tu propio crecimiento.

La vida no avienta limones.

Eres tú mismo, con tu comportamiento, con tu actitud, con tus paradigmas y creencias, con tu modelo operativo mental que te hace pensar que el problema está afuera.

No, no hay afuera.

Pero esa quizá sea plática de otro café.

*Crédito de la imagen: Will Santino

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