Ya no sabemos esperar

Hoy en día nos desesperamos fácilmente al punto que incluso se traduce en ansiedad.

Sí. Creo que vivimos una crisis de paciencia.

Y aunque la tecnología ha sido un factor fundamental, creo que no nos hemos dado cuenta de lo que estamos perdiendo como virtud.

Si eres contemporáneo mío, quizá recordarás el programa del “Chavo del 8” (que antes ni siquiera existía el concepto de serie).

Yo recuerdo que los capítulos nuevos los pasaban por el canal 2, el de Las Estrellas, todos los lunes a las 8pm.

El programa de televisión no te esperaba; si tú no estabas listo te lo perdías, así, tal cual. Y entonces tendrías que esperar al próximo lunes para ver otro sin saber si ese que te perdiste podrías verlo en otro momento.

¿Qué implicaba esto? Una combinación de paciencia y enfoque: mantenías en tu radar que el lunes a las 8pm tenías que estar frente a la tele si es que querías ver el programa y, por otro lado, sabías que simplemente tenías que esperar.

Pero ahora (y sin que eso suene a comentario del tío que solo se queja de que extraña los “viejos buenos tiempos”) la inmediatez de todo nos está jugando en contra.

Nos hemos acostumbrado, especialmente las nuevas generaciones, a tener todo inmediato. Incluso, con un mínimo esfuerzo.

¿Quieres ver una película? Simplemente entras a tu app de streaming favorito y listo.

Antes tenías que esperar a que saliera en el cine. O podías ir a Blockbuster a rentarla (y ojalá tuvieran alguna copia disponible, sino, a esperar).

Sí, implicaba esperar.

El asunto es que nos hemos acostumbrado a tener todo de manera fácil e inmediata que hemos perdido de vista el valor de esperar y trabajar en lo que queremos.

Hoy me toca trabajar con muchos jóvenes Centennials, aquellos nacidos después de 1997 (sí, ya están incorporándose a la vida laboral para que te sientas un poco más viejo).

Un comentario típico que frecuentemente escucho va más o menos por aquí: “yo aquí le voy a invertir máximo dos años y si no me promueven me voy a otro lado”.

Interesante.

Me llama mucho la atención como la humanidad oscilamos entre los extremos.

Yo vengo de una generación donde nuestros padres trabajaban casi toda su vida en un mismo lugar. Hoy estamos en el otro extremo.

Yo quiero apostar al camino de en medio.

Alguna vez me preguntaron si entonces se trataba de “sacrificar” los mejores años en un lugar donde no te valoran.

No, definitivamente no.

Pero en el caso del crecimiento profesional, honestamente, ¿qué tanto de tu potencial puedes desarrollar en dos años? ¿Qué tanto puedes lograr conocer la verdadera forma de funcionar de una organización, las verdaderas redes informales antes de lograr trabajar con ellas e influenciarlas para lograr un cambio?

Hemos dejado de disfrutar el proceso de esperar.

Y hemos dejado de valorarlo de igual manera.

Nos estamos acostumbrando a la novedad, a lo inmediato, a lo satisfactorio, a lo que supla mis necesidades.

Hemos dejado de pensar en el otro, hemos dejado de sentirnos parte de algo que vaya más allá de nosotros, del “bien común”.

No se trata de desperdiciar nuestro tiempo.

No se trata de estar en donde no seas valorado.

Se trata de sacar un espejo y ver nuestro reflejo en él.

¿Así es como me quiero conducir?

La realidad es que es prácticamente imposible sostener un tren de vida donde todo sea novedoso e inmediato.

Eventualmente esto nos llevará a una vida vacía, triste y solitaria, llena de insatisfacción para luego voltear afuera y buscar a quien echarle la culpa de nuestra perenne insatisfacción.

El verdadero problema, como dicen en los pueblos es: “uno como quiera… las criaturas”.

Exacto.

¿Qué les depara a nuestros hijos con un tren de vida como este?


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